Montañas cósmicas y sagradas


La montaña, por estar más cerca del cielo, es sagrada por dos conceptos: por un lado participa del simbolismo espacial de la trascendencia (alto, vertical, supremo…), y por otro, es el dominio por excelencia de las hierofanías atmosféricas, y en su virtud, la morada de los dioses.

[…] Muchas veces la montaña es considerada el punto de unión entre el cielo y la tierra, y , por tanto, como “centro, punto por el que pasa el eje del mundo, región saturada de sacralidad, lugar en el que puede de unas zonas cósmicas a otras.

[…] El “monte”, por el hecho de ser el punto en que convergen el cielo y la tierra, está en el “centro del mundo” y es indudablemente el punto más alto de la tierra. Por eso las regiones consagradas – “lugares santos”, templos, palacios, ciudades santas- son asimiladas a “montañas” y se convierten a su vez en “centros”, es decir, se integran mágicamente en la cúspide de la montaña cósmica.

[…] La consagración por rituales de ascensión o subidas de montes o escaleras debe su valor al hecho de que integra al que las practica en una región celeste superior. […] El trascender la condición humana, ya penetrando en una zona sagrada (templo, altar) ya por la consagración ritual, ya por la muerte. Se expresa concretamente por una “transición”, una “subida” una “ascensión”.

[…]La ascensión e las almas a los siete cielos, -ya sea en la iniciación, ya sea post mortem,-, gozó de una inmensa popularidad en los últimos siglos del mundo antiguo.

[…]La zigurat era una imagen del cosmos, sus siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o tenía los colores del mundo (como en Ur).

[…] En los misterios de Mitra la escalera ceremonial tenía siete peldaños, cada uno era de un metal diferente y correspondía a cada uno de los siete cielos. El primer peldaño era de plomo y correspondía al planeta Saturno, el segundo de de estaño (Venus), el tercero de bronce (Júpiter), el cuarto de hierro (Mercurio), el quinto de “aleación monetaria” (Marte), el sexto de plata (Luna) y el séptimo de oro (Sol).

Bibliografia: Tratado de historia de las religiones. Mircea Eliade. Ediciones Cristiandad. Madrid 2011

El esoterismo según Antoine Faivre


Antoine Faivre propone denominar “esotérico” a aquel pensador que acentúa tres puntos: analogía, Iglesia Interior y teosofía, y que de acuerdo con su temperamento, subraya uno u otro de ellos, aunque los tres marchen indisociablemente unidos. 

Analogía: Lo semejante actúa sobre lo semejante; de esta forma se explica a la vez la magia, la teúrgia (arte de ponerse en contacto con los espíritus angélicos) y el conocimiento que el «espíritu de las cosas» puede ayudamos a adquirir. Conocer el mundo es, al mismo tiempo, conocer a Dios; la naturaleza en su conjunto se presenta como una revelación gradual, que puede conducirnos hacia el Ser de los Seres. Así, la ciencia adquiere de un solo golpe una significación eminentemente religiosa. La Tabla de Esmeralda, breviario del pensamiento alquímico, traducida del árabe al latín y muy difundida en el siglo xv, enseña: «Lo que está arriba es como lo que está abajo, lo que está abajo es como lo que está arriba, para que se realicen los milagros de la Unidad.» De esta forma, el hombre es el «microcosmos», un universo en pequeño, que se corresponde con el «macrocosmos» o gran universo; los astros se «relacionan» con el destino de los hombres, y la fisonomía de un hombre—líneas de la mano, rasgos del rostro, etc.—con su destino particular. Puesto que todo está en todo, el hombre y el mundo, como conjunto de correspondencias, merecen ser estudiados como tal. Si bien es cierto que los esoteristas occidentales no siempre comparten con los griegos el gusto por la belleza, se interesan también por la naturaleza y se dejan llevar por la negación total del mundo, tendencia tan característica de la mística oriental no cristiana. Por ello, no cesan de buscar las relaciones de analogía entre el creador y la creación, lazos que Descartes, se cree, habría querido romper deliberadamente. 

Iglesia Interior: La Iglesia interior representa, consecuentemente, la unión de los hombres de deseo, fundada sobre una tolerancia activa, sobre el reconocimiento de los principios implícitos, como la esperanza en la llegada de la Iglesia invisible, cuya venida se trata de activar y que ha de preceder a la próxima destrucción de la Iglesia material. Se concibe que las barreras confesionales no importen nada al esoterista, ya que él insiste sobre nociones poco desarrolladas por las religiones oficiales y que no son de naturaleza tal como para dividirlas. Pero, según una paradoja normal para la lógica de lo contradictorio, la Iglesia interior tiende a revestir una forma concreta, lo que explica la creación de determinadas obediencias para-masónicas, secretas, iniciáticas, generalmente en reacción contra las Iglesias constituidas. 

Esto es debido a que la teosofía, sobretodo la teosofía cristiana, se presenta frecuentemente como mediadora, por definición y por razones evidentes ligadas a la propia naturaleza de Cristo; pero, al mismo tiempo, no apoya la fijación ni la mediación de los hombres. Dentro de las enseñanzas esotéricas, desde luego, ocupa un destacado papel la idea de una «tradición» más o menos conservada, más o menos perdida, que puede volver a encontrarse, bien por la iluminación interior o gracias a iniciaciones que confieren un precioso tesoro de conocimientos y son a la vez vehículo de energías supranormales. La iniciación se presenta, por tanto, como inseparable de la regeneración, que depende de una gnosis, más que de una Iglesia. 

Teosofía: Una reflexión que dé a la analogía un significado relativo a las dimensiones cósmicas y a la historia universal, no puede desarrollarse más que plenamente libre de limitaciones dogmáticas. Tal es la teosofía —aquí este término no se refiere a la Sociedad Teosófica y a las doctrinas de madame Blavatsky— Empleemos aquí el término en su sentido más pleno y general: los pensadores mencionados en esta obra son teósofos, es decir, hombres que insisten sobre puntos de doctrina o de dogma, que el exoterismo de las Iglesias oficiales tiene tendencia a despreciar o silenciar. Estos puntos ellos desean descifrarlos, al mismo tiempo, por la propia reflexión y por la iluminación interior, siendo esta última el resultado de una búsqueda y un trabajo individual o de una iniciación.

Bibliografía; "El esoterismo en el siglo XVIII" Antoine Faivre, EDAF 1976

La Vía de la Verdad


Ibn Arabi en "Viaje al Señor del Poder" expone:

Sabrás, oh noble hermano, que aunque los senderos son muchos, la Vía de la Verdad es única. Los que buscan la Vía de la Verdad son pocos. Por eso, aunque la Vía de la Verdad es sólo una, los aspectos que presenta varían con las diferentes condiciones de los que la buscan; con el equilibrio o el desequilibrio de la constitución del buscador; con la persistencia o desinterés de su motivación; la fuerza o la debilidad de su naturaleza espiritual; la perseverancia o desvíos de su aspiración; la salud o enfermedad de su relación con su meta. Algunos de los que buscan tienen todas estas características favorables, aunque otros tienen sólo algunas. Por eso podemos ver que, por ejemplo, la constitución del que busca puede suponer un obstáculo, mientras que sus sacrificios espirituales son nobles y buenos. Y este principio se aplica en todos los casos.