…el extranjero
llamaba a la puerta del gran templo de Thebas o de Memphis. Varios servidores
le conducían bajo el pórtico de un patio interior. El hierofante se aproximaba
al recién llegado. El sacerdote de Osiris interrogaba al recién llegado sobre
su ciudad natal, sobre su familia y sobre el templo donde había sido instruido.
Si en aquel corto pero incisivo examen se le juzgaba indigno de los misterios,
un gesto silencioso, pero irrevocable, le mostraba la puerta. Pero si el
sacerdote encontraba en el aspirante un deseo sincero de la verdad, le rogaba
que le siguiera. Atravesaba pórticos, patios interiores, luego una avenida
tallada en la roca a cielo abierto y bordeada de obeliscos y de esfinges, y por
fin se llegaba a un pequeño templo que servía de entrada a las criptas
subterráneas. La puerta estaba oculta por una estatua de Isis de tamaño
natural. La diosa sentada tenía un libro cerrado sobre sus rodillas, en una
actitud de meditación y de recogimiento. Su cara estaba cubierta con un velo.
Se leía bajo la estatua: “Ningún mortal ha levantado mi velo”.
— Aquí está la
puerta del santuario oculto — decía el hierofante —. Mira esas dos columnas. La
roja representa la ascensión del espíritu hacia la luz de Osiris; la negra
significa la cautividad en la materia, y en esta caída puede llegarse hasta el
aniquilamiento. Cualquiera que aborde nuestra ciencia y nuestra doctrina, juega
en ello su vida. La locura o la muerte: he ahí lo que encuentra el débil o el
malvado; los fuertes y los buenos únicamente encuentran aquí la vida y la
inmortalidad. Muchos imprudentes han entrado por esa puerta y no han vuelto a salir vivos. Es un abismo
que no muestra la luz más que a los intrépidos. Reflexiona bien en lo que vas a
hacer, en los peligros que vas a correr, y si tu valor no es un valor a toda prueba,
renuncia a la empresa. Porque una vez que esa puerta se cierre, no podrás
volverte atrás...
Edouard Schure –
Los Grandes Iniciados II – Hermes y Moisés
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