Pensamiento Tradicionalista


Lo esencial de los autores perennialistas es la recuperación, revisión, exposición, desarrollo y total afinidad con las doctrinas metafísicas tradicionales. Nos encontramos ante unos hombres y mujeres contemporáneos que por afinidad electiva, participan ideológicamente en una visión del universo muy cercana a la de Platón, Plotino, Dante, o el sabio hindú, portavoz del ‘no dualismo’ Shankara (788-820 d. JC), es decir, comparten con ellos el conocimiento y la aceptación de la Sophia Perennis.

La Escuela Tradicional, está formada por unos hombres y mujeres cuyo rasgo distintivo es el de estar interesados por la espiritualidad esotérica, esta posición no dogmática genera posturas e inquietudes muy diferentes aún teniendo la base común de la Sophia Perennis. Entre los tradicionalistas podemos encontramos cristianos, masones, budistas, musulmanes, etc. y aunque comparten ideas y premisas importantes: La doctrina metafísica, el compromiso espiritual, el rechazo por el mundo moderno, como más características, podemos imaginar que esta diversidad de puntos de vista espirituales favorece un grupo poco homogéneo, o mejor dicho, en realidad no se puede hablar de un único grupo, sino de múltiples ramas de un mismo árbol.

Para Seyyed Hossein Nasr y los tradicionalistas, significa exactamente: la comunicación de verdades y principios metafísicos revelados a la humanidad o, más bien, a un sector cósmico de la humanidad, a través de mensajeros, profetas, etc, y todas las ramificaciones y aplicaciones de estos principios en los más diferentes campos de la civilización, tales como leyes, estructura social, y por supuesto el arte y el simbolismo y, en primer lugar, el conocimiento supremo, es decir, los Principios metafísicos y los métodos para poder hacer operativo este conocimiento. Como se observará estamos definiendo una sociedad teocrática, que es lo que es una sociedad tradicional, la cual ordena todas las actividades humanas según parámetros espirituales.

Según Schuon, la dimensión estética forma parte del esoterismo, el cual ha de poder colmar todas las facetas humanas, así pues, son características de éste las siguientes dimensiones:

1. Intelectual, manifestada por la doctrina metafísica. Se dirige a la inteligencia y dará cuenta de verdades tales como: discernimiento entre lo Real y lo ilusorio, grados de Realidad divina, relación entre Realidad y relatividad, progresivo alejamiento de la manifestación del Principio y aparición del mal, etc.

2. Volitiva o técnica, que engloba los medios directos e indirectos de la vía. Se dirige a la voluntad humana y se refiere al método para poder llevar a cabo la realización espiritual.

3. Adecuación moral, que concierne a las virtudes intrínsecas y extrínsecas. Se dirige al alma humana. La realización de las virtudes –o mejor, la abstención de los vicios- no es concebida como convención social o moralismo, sino como la adecuación del alma humana a las Cualidades divinas.

4. Adecuación formal o estética, de la que derivan el simbolismo y el arte, se trata de la conformidad de las formas que nos rodean a la verdad y la belleza. Esta adecuación satisface tanto a la sensibilidad como a la inteligencia.

Las tres ideas rectoras que ordenan el universo de la estética tradicionalista son, a nuestro entender, las siguientes: Forma, Belleza y Símbolo.

Forma e Intelecto: El papel notable que juega entre los perennialistas los aspectos formales, desde el arte sagrado hasta la indumentaria o la decoración del hogar, descansa sobre: el papel configurador que se atribuye a la forma y la relación que la Forma guarda con el Intelecto.

El Intelecto transcendente es el Principio intelectual superior y pertenece a la manifestación supra-formal. El Intelecto está por encima de la individualidad humana y de todo estado particular, si bien cada ser humano posee este conocimiento superior de manera inmanente y virtual, es una facultad de conocimiento supra-racional y supra-individual, un rayo que procede directamente del Ser. Conviene distinguirlo de la razón, y la consciencia individualizada, siendo éstas facultades pertenecientes a la manifestación formal y al ámbito humano. El Intelecto es el que hace posible el conocimiento metafísico, conocimiento no humano por definición. Transmite la luz del conocimiento transcendente de manera directa, por lo que Aristóteles dice: “El Intelecto es siempre conforme a la Verdad”, “nada es más verdadero que el Intelecto” y, recordemos que la Verdad se identifica con el Principio, el Ser, pues fuera de Éste nada posee un fundamento propio. El Intelecto es el “lugar” en el cual el ser humano tiene una zona común con el Principio, participando en Él. Es el Principio en el ser humano, es la comunicación de Él mismo a Sí mismo dentro de otro diferente a Él.

Belleza e interioridad atañen a las apariencias físicas, mientras que en el orden Principal corresponden a las cualidades intrínsecas de la Esencia. En la estética perennialista la belleza es un valor objetivo. Aquí también nuestros autores comparten el pensamiento tradicional recogido por Platón, quien llegó a escribir, “No tengo interés por lo que parece bello a la gente, sino por lo que lo es”.

Arquetipo, símbolo e inmanencia. Es importante señalar que el concepto de Arquetipo entre los tradicionalistas es equivalente a las Ideas platónicas, y que por ello está totalmente alejado de cualquier connotación junguiana. La noción de arquetipo de Jung, que no sale del ámbito psíquico, como la misma expresión “inconsciente colectivo” lo evidencia, es diametralmente opuesta a la de los perennialistas, y la Sophia Perennis en general, que consideran que el Arquetipo nada tiene de “inconsciente”, ni psíquico, todo lo contrario, nada hay de más “supraconsciente”, pues los Arquetipos provienen de determinaciones del Espíritu puro. Para los perennialistas, es arquetípico aquello que revela de la manera más directa posible, en nuestro mundo limitado, la Idea divina.

Extracto de "Introducción la pensamiento estético tradicionalista" de Sara Boix Llaveria

Sobre los libros sagrados


Los Libros sagrados semíticos como La Biblia y El Corán, contienen implícitas todas las enseñazas metafísicas, pero no las exponen de manera explícita como los textos hindúes. Los tres monoteísmos semíticos son religiones dogmáticas y no sapienciales como el hinduismo. En algunos de los textos sagrados de esta última tradición se expresan verdades metafísicas sin ningún tipo de velo, cosa que en los textos semíticos no suele ser así, sino que sus formulaciones son parciales o simbólicas, a causa de su preocupación por salvaguardar el dogma, e ir dirigidas a toda la comunidad, lo que no sucede en el hinduismo, en el cual la verdad metafísica no se dirige a todos, sino a una casta sacerdotal verdaderamente cualificada para recibirla.

Nota de "Introducción al pensamiento estético tradicionalista". Sara Boix Llaveria

Las Cuatro Edades de la Humanidad


La creencia en las Cuatro Edades de la Humanidad la encontramos casi idéntica tanto en las escrituras hindúes, griegas, o latinas, pero también en otras culturas más alejadas; en realidad es una noción tradicional universal que se contrapone frontalmente con la idea moderna de evolución y progreso.

 Según la terminología griega, el ciclo de la humanidad se divide en Cuatro Edades (Yugas en el hinduismo) la Edad de Oro (Krita Yuga), Plata (Treta Yuga), Bronce (Dvapara Yuga), Hierro (Kali Yuga). Esta última es en la que nos hallamos y se caracteriza por que la mayoría de los humanos se apegan a la acción y al sentimiento, lo que hace que no puedan sobrepasar su individualidad y liberarse, espiritualmente hablando, así como por un grosero materialismo que lleva a negar el Espíritu y todas sus manifestaciones.

 Las Cuatro Edades se corresponden a las diferentes fases que atraviesa la Humanidad durante un ciclo completo (Mahâyuga) y está marcadas por un alejamiento progresivo con relación al Principio, es decir, un distanciamiento de la Unidad y de la Tradición Primordial. Este alejamiento se acelera a medida que el tiempo avanza, formando las etapas sucesivas de una materialización progresiva, en todos los ámbitos existenciales, más y más evidente hasta llegar a casi una solidificación final. 

(Referencias extraídas de Le dictionnaire de René Guénon, Jean-Marc Vivenza, Grenoble, Éditions Le Mercure Dauphinois, 2004, pp. 37-38.

Nota de "Introducción al pensamiento estético tradicionalista". Sara Boix Llaveria

Neoplatonismo


Entre Platón y Plotino han trascurrido seis siglos. Hasta el siglo XIX, momento en que se acentúa la diferencia entre ambos y las particularidades de cada uno, Platón y Plotino eran considerados idénticos. La tendencia en el presente siglo es suprimir la distancia o abismo entre Platón y Plotino y mostrar cómo el neoplatonismo se remonta a la Antigua Academia sea directamente, sea a través de la nueva versión de Platón que se produce en el Platonismo Medio.

El Platonismo Medio se desarrolló desde la segunda mitad del siglo I a.C. hasta principios del III d.C. Lo que caracteriza al conjunto de estos pensadores es el intento de recuperar la dimensión suprasensible como fundamento explicativo de lo sensible. En los diversos autores vemos aparecer, con variantes entre ellos, algunos puntos comunes de preocupación.

1. La postulación de un primer principio de la realidad (Dios o inteligencia transcendente).

2. Esbozos de una teología negativa como modo de referirse a ese principio.

3. La afirmación de la inteligencia suprema como el “lugar” de las ideas platónicas.

4. La inclusión, entre el primer principio y nuestro mundo, de una jerarquía de potencias espirituales.

5. El planteo del problema de la materia y el mal, con tendencia, en muchos autores, a soluciones de tipo dualista.

6. La prédica de la necesidad del retorno al principio, que sólo puede alcanzarse a través de intermediarios.

Debemos recordar que desde el siglo I a.C.se produce un creciente predominio de las preocupaciones religiosas, en primer lugar en Alejandría, centro de intercambio comercial, cultural y espiritual entre Oriente y Occidente. Judeoalejandrinos, cristianos, neopitagóricos, algunas herejías cristianas, resurgimiento de religiones de misterios autóctonas, como el orfismo y procedentes del extranjero, como el culto de Isis y Osiris, el de Mitra, la astrología caldea, la gnosis y el hermetismo.

En todos estos sistemas especulativos de la época hallamos una idea central: la cadena del ser, reproducida por la cadena del pensamiento. Así puede haber un sistema de pensamiento porque el propio ser constituye un sistema. El orden de la demostración es tal como el orden del ser: lo primero en teoría es lo primero en la realidad. El sistema de la realidad forma una jerarquía definida por la mayor y menor perfección, divinidad y bondad de los eslabones que la integran. Por eso esa jerarquía no es estática sino dinámica: hay un movimiento del ser que es doble; de descenso “creativo”, y de ascenso “decreativo”.

Más allá de los riesgos que supone toda periodización, de un modo general, podríamos reconocer en la historia del neoplatonismo tres fases o tres momentos. La primera fase es la alejandrino-romana, de tendencia marcadamente especulativa y metafísica, que se ubica en el siglo III d. C. y cuyas figuras descollantes son Plotino y Porfirio. La segunda fase, de tendencia más bien teúrgica, corresponde al siglo IV y se escinde en dos escuelas: la de Siria, a la que perteneció Dexipo y cuya principal figura es Jámblico, y la de Pérgamo que, fundada por Edesio, discípulo de Jámblico, contó entre sus miembros el emperador Juliano el Apostata y a Salustio. La tercera fase, de tendencia teúrgica, pero también marcadamente erudita, es la que está representada por la Escuela de Atenas en el siglo V y cerrada en el año 529 por el edicto de Justiniano, y por la “escuela” de Alejandría en el siglo VI hasta comienzos del VII. La figura más destacada de la Escuela de Atenas es Proclo, otros representantes son Plutarco, Siriano, Marino, Isidoro, Zenodoto y, tal vez Damascio, a más de Simplicio.

Extracto de "Plotino y el neoplatonismo" de María Isabel Santa Cruz. Hª de la Filosofía Antigua. Editorial Trota 2004.


Neoplatonismo es el nombre que se le da a una tradición filosófica que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica y, contra lo que pudiese sugerir el nombre, solo parcialmente en el pensamiento de Platón. Su influencia fue muy importante en el desarrollo de la ciencia moderna y en el de conceptos que aún persiguen a los científicos.

Entre los siglos III y V de la era común, Plotino, Porfirio y Jámblico desarrollaron un sistema de ideas que se basaba en algunas de Platón pero, a la vez, modificándolas sustancialmente. Los neoplatónicos creían que el Universo era uno; que dependía de una fuente suprema, que recibía distintos nombres (la Única, la Mente Divina, el Logos, el Demiurgo o el Alma del Mundo son algunos de ellos) de la que emanaban todas las demás inteligencias y niveles de realidad, incluyendo el habitado por los humanos.

En lo que respecta al conocimiento del mundo natural los neoplatónicos tenían, a efectos prácticos, una única fuente, a saber, el Timeo de Platón. En este diálogo Platón esquematiza una cosmogonía mitológica en la que el Demiurgo, el espíritu creador, usa los cinco sólidos perfectos de las matemáticas (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) como plantillas con las que crear los cielos. Las armonías musicales seguían las pautas marcadas por estos sólidos y la luz era una emanación del Demiurgo y el medio por el que los humanos adquirirían el conocimiento.

Extracto de César Tomé López




La caverna iniciática y las puertas solsticiales según René Guenón



En la muerte al mundo profano seguida del “descenso a los infiernos”, que se realiza en la caverna, no hay más que una preparación a la iniciación. Esta muerte es asumida como un “segundo nacimiento” y como un paso de las tinieblas a la luz. Muerte y renacimiento son dos caras de un mismo cambio de estado, y el paso de un estado a otro debe verificarse en la oscuridad. En este sentido la caverna sería el lugar oportuno de dicho tránsito. Muy lejos de constituir un logar tenebroso, la caverna iniciática está iluminada interiormente, de modo que, muy al contrario la oscuridad reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila a las “tinieblas exteriores” y el “segundo nacimiento” es a la vez una iluminación. Adviértase que, cuando la misma cueva es el lugar de la muerte iniciática y del segundo nacimiento, debe entonces ser considerada como acceso no sólo a los dominios subterráneos o infernales, sino también a los dominios supraterrenales.

Desde el punto de vista iniciático también debe considerarse la distinción importante entre el “segundo nacimiento” y el “tercer nacimiento” que se relacionan con la iniciación a “los pequeños misterios” y a “los grandes misterios”. El segundo nacimiento también se conoce como “regeneración psíquica” y tiene lugar en el ámbito de las posibilidades sutiles del individuo. El “tercer nacimiento” se efectúa directamente en el orden espiritual y es el acceso al ámbito de las posibilidades supraindividuales. El primero es propiamente un “nacimiento en el cosmos”, el segundo es “extracósmico”, y esta “salida del cosmos” según la expresión de Hermes, ha de corresponder, para que el simbolismo sea completo, una salida final de la cueva. Ésta contiene las posibilidades incluidas en el “cosmos” las que el iniciado debe superar en esta nueva etapa de desarrollo de su ser, del cual el “segundo nacimiento” no era en realidad más que el punto de partida.


La salida de la cueva iniciática, considerada como representación de la “salida del cosmos” se ha de efectuar, al parecer, por una obertura situada en el cenit de la bóveda. Según ciertos rituales de dicho punto pende la “plomada del Gran Arquitecto” que señala la dirección del eje del mundo que indica “techo del mundo”. Cabe señalar que para que la salida pueda producirse es preciso retirar una piedra de la bóveda que correspondería a la “clave de bóveda” del Royal Arch.

La cueva iniciática o caverna no tiene otra salida que la cenital y esta tendrá que servir de entrada y salida. A pesar que la entrada y la salida de la cueva deberían situarse en los dos puntos opuestos del eje y puesto que es impensable que una entrada a los “grandes misterios” se realice a través de un viaje subterráneo, encontramos la solución al enigma a través del simbolismo solar; concretamente a través del ciclo anual de los solsticios de verano y de invierno que son los dos puntos que corresponden el eje norte-sur. Siendo así, la caverna "cósmica" podrá tener dos puertas "zodiacales", opuestas según el eje que acabamos de considerar, y por lo tanto correspondientes, respectivamente, a los dos puntos solsticiales, una de las cuales servirá de entrada y la otra de salida. La puerta de entrada se designa a veces como la "puerta de los hombres", quienes entonces pueden ser iniciados en los "pequeños misterios" como simples profanos, puesto que no han sobrepasado aún el estado humano; y la puerta de salida se designa entonces, por oposición, como la "puerta de los dioses", es decir, aquella por la cual pasan solamente los seres que tienen acceso a los estados supraindividuales.

Hemos dicho que las dos puertas zodiacales, que son respectivamente la entrada y la salida de la "caverna cósmica" y que ciertas tradiciones designan como "la puerta de los hombres" y la puerta de los dioses", deben corresponder a los dos solsticios, debemos ahora precisar que la primera corresponde al solsticio de verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invierno, es decir, al signo de Capricornio. Para comprender la razón, es menester referirse a la división del ciclo anual en dos mitades, una "ascendente" y otra "descendente": la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttaràyana), que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es la del curso del sol hacia el sur (dakshinàyana), que va del solsticio de verano al de invierno. En la tradición hindú, la fase "ascendente" está puesta en relación con el deva-yâna ["vía de los dioses"], y la fase descendente con el pitr-yâna ["vía de los padres (o antepasados)", lo que coincide exactamente con las designaciones de las dos puertas que acabamos de recordar: la "puerta de los hombres" es la que da acceso al pitr-yâna, y la "puerta de los dioses" es la que da acceso al deva-yâna; deben, pues, situarse respectivamente en el inicio de las dos fases correspondientes, o sea la primera en el solsticio de verano y la segunda en el solsticio de invierno. Solo que, en este caso, no se trata propiamente de una entrada y una salida, sino de dos salidas diferentes: esto se debe a que el punto de vista es otro que el referente de modo especial al papel iniciático de la caverna, bien que en perfecta conciliación con éste.

 En efecto, la "caverna cósmica" está considerada aquí como el lugar de manifestación del ser: después de haberse manifestado en ella en cierto estado, por ejemplo en el estado humano, dicho ser, según el grado espiritual al que haya llegado, saldrá por una u otra de las dos puertas; en un caso, el del pítr-yâna, deberá volver a otro estado de manifestación, lo que estará representado, naturalmente, por una nueva entrada en la "caverna cósmica" considerada así; al contrarío, en el otro caso, el del deva-yâna, no hay ya retorno al mundo manifestado. Así, una de las dos puertas es a la vez una entrada y una salida, mientras que la otra es una salida definitiva; pero, en lo que concierne a la iniciación, esta salida definitiva es precisamente la meta final, de modo que el ser, que ha entrado por la "puerta de los hombres", debe salir, si ha alcanzado efectivamente esa meta, por la "puerta de los dioses". La “puerta de los dioses” sólo puede ser una entrada en el caso de un descenso voluntario al mundo manifestado, sea de un ser ya “liberado”, sea de un ser que representa la expresión directa de un principio “supracósmico”.

En el pitagorismo el simbolismo zodiacal parece haber tenido una pareja importancia. Las expresiones puerta de los hombres y puerta de los dioses son precisamente de raigambre griega. Según Jerome Carcopino los pitagóricos habían construido toda una teoría sobre las relaciones del zodíaco con la migración de las almas.  Proclo y a Porfirio: concuerdan en atribuir a Numenio la determinación de los puntos extremos del cielo: el trópico de invierno, bajo el signo de Capricornio, y el trópico de verano, bajo el de Cáncer, y en definir, evidentemente siguiendo a Numenio y según los "teólogos" que éste cita y que le han servido de guías, Cáncer y Capricornio como las dos puertas del cielo. Sea para descender a la generación, sea para remontarse a Dios, las almas debían, pues, necesariamente franquear una de ellas". Según Proclo, Numenio afirmaba que por la puerta de Cáncer tenía lugar la caída de las almas en tierra, y por la de Capricornio, el ascenso de las almas al éter.

Acabamos de ver que el simbolismo de las dos puertas solsticiales, en Occidente, existía entre los griegos y más en particular entre los pitagóricos; se lo encuentra igualmente entre los latinos, donde está esencialmente vinculado con el simbolismo de Jano que es propiamente el ianitor ["portero"] que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo "axial".  Jano [Ianus] ha dado su nombre al mes de enero (ianuarius), que es el primero, aquel por el cual se abre el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de invierno; además, cosa aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era celebrada en los dos solsticios por los Collegia Fabrorum. Como las puertas solsticiales dan acceso, según lo hemos dicho anteriormente, a las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo zodiacal.  Jano era el dios de la iniciacióny esta atribución es de las más importantes, no solo en sí misma sino además desde el punto de vista en que ahora nos situamos, porque existe una conexión manifiesta con lo que decíamos sobre la función propiamente iniciática de la caverna y de las otras "imágenes del mundo" equivalentes de ella, función que nos ha llevado precisamente a considerar el asunto de las puertas solsticiales. A ese título, por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías.

En el cristianismo, las fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las de los dos San Juan, y éstas se celebran siempre en las mismas épocas, es decir en los alrededores inmediatos de los solsticios de invierno y verano. La sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, por lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que, a través de todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en especial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos a los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de "Logia de San Juan" que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la continuación, por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos de referirnos.  Aun en su forma especulativa" moderna, la masonería ha conservado siempre también, como uno de los testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales, consagradas a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos rostros de Jano y así la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales, con sus conexiones iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que sea generalmente incomprendida, hasta en el mundo occidental actual.



Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen sin embargo, en realidad, un carácter exactamente opuesto al indicado; puede parecer que hay en ello una paradoja harto extraña, y empero es muy fácil comprender que sea así desde que se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede, al contrario, sino comenzar a acrecerse en seguida por eso el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, inversamente, el de su mitad ascendente; y esto explica también, desde el punto de vista de su significación cósmica, estas palabras de San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival: "Él (Cristo, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya"

Solsticio de verano

Puerta de los hombres

Ciclo ascendente (hacia el norte)

Del solsticio de invierno al de verano

Uttarayana

Acceso a pitri-yana

Puerta de entrada y salida

Polo sur del año

Signo de Cáncer



Solsticio de invierno

Puerta de los dioses

Ciclo anual descendente (hacia el sur)

Del solsticio de verano al de invierno

Dakshimayana

Acceso al deva-yana

Puerta de salida

Puerta de entrada voluntaria y exclusiva para un ser liberado

Polo norte del año

Signo de Capricornio



Bibliografía: Artículos de René Guenón encontrados en Internet.

Para saber más: “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada” René Guenon. Paidós Orientalia.

Eros, demonio mediador.



“Todo lo que es profundo ama la máscara, las cosas más profundas de todas  siente incluso odio por la imagen y el símbolo”. El pudor con que un dios camina –precisa Nietzsche de forma paradigmática- debería ser sobretodo el del disfraz, mediante la oposición, la antítesis, esto es, el decir lo contrario de lo que se piensa y que no quiere revelar.

Con la introducción de la máscara de Diótima, bajo la cual se oculta la máscara de Sócrates, Patón intenta infundir en el discurso un clima altamente religioso, escenificando un auténtico ceremonial de “iniciación” a los misterios, en los distintos estadios, muy diferentes entre sí, a saber, el preliminar de purificación, el inicial (pequeños misterios)   y el supremo y conclusivo (grandes misterios).

A partir de la “purificación” mediante la liberación de las ideas falaces que confundían a Eros con la belleza suprema, y de la constatación de que Eros puede ser deseo de lo bello sólo si se carece de ello. Diótima hace emerger una verdad nueva y desconcertante: Eros no es ni bello ni tampoco bueno, porque siempre va en busca de lo bello y de lo bueno, pero por ello no es feo y malo.

Eros es “intermedio” entre lo feo y lo bello, entre lo malo y lo bueno, y por ello siempre está en busca de lo bello y lo bueno.

Pero Eros es aún más: además de “intermedio”, es también mediador. Es fuerza propulsora que vincula los opuestos y conduce siempre más cerca del término positivo. Éste es el concepto que encamina hacia la revelación de su naturaleza.

Eros es una gran demonio, en efecto, todo lo demónico está entre lo mortal y lo inmortal. 

[…] Al estar en medio de los dioses y los hombres, cumple una función integradora, de modo que el todo queda unido consigo mismo.

[…] La divinidad no se mezcla con el hombre, pero por obra de este demonio los dioses mantienen toda relación y todo diálogo con los hombres, tanto cuando están despiertos como cuando duermen.

El que es sabio en estas materias es un hombre demónico, mientras que quien lo es en otros terrenos, en otras artes u oficios, es un hombre corriente.

Eros, demonio mediador. Giovanni Reale. Herder Editorial. Barcelona 2004