En la muerte al mundo profano seguida del “descenso a los infiernos”, que se realiza en la caverna, no hay más que una preparación a la iniciación. Esta muerte es asumida como un “segundo nacimiento” y como un paso de las tinieblas a la luz. Muerte y renacimiento son dos caras de un mismo cambio de estado, y el paso de un estado a otro debe verificarse en la oscuridad. En este sentido la caverna sería el lugar oportuno de dicho tránsito. Muy lejos de constituir un logar tenebroso, la caverna iniciática está iluminada interiormente, de modo que, muy al contrario la oscuridad reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila a las “tinieblas exteriores” y el “segundo nacimiento” es a la vez una iluminación. Adviértase que, cuando la misma cueva es el lugar de la muerte iniciática y del segundo nacimiento, debe entonces ser considerada como acceso no sólo a los dominios subterráneos o infernales, sino también a los dominios supraterrenales.
Desde el punto de vista iniciático también debe considerarse la distinción importante entre el “segundo nacimiento” y el “tercer nacimiento” que se relacionan con la iniciación a “los pequeños misterios” y a “los grandes misterios”. El segundo nacimiento también se conoce como “regeneración psíquica” y tiene lugar en el ámbito de las posibilidades sutiles del individuo. El “tercer nacimiento” se efectúa directamente en el orden espiritual y es el acceso al ámbito de las posibilidades supraindividuales. El primero es propiamente un “nacimiento en el cosmos”, el segundo es “extracósmico”, y esta “salida del cosmos” según la expresión de Hermes, ha de corresponder, para que el simbolismo sea completo, una salida final de la cueva. Ésta contiene las posibilidades incluidas en el “cosmos” las que el iniciado debe superar en esta nueva etapa de desarrollo de su ser, del cual el “segundo nacimiento” no era en realidad más que el punto de partida.
La salida de la cueva iniciática, considerada como representación de la “salida del cosmos” se ha de efectuar, al parecer, por una obertura situada en el cenit de la bóveda. Según ciertos rituales de dicho punto pende la “plomada del Gran Arquitecto” que señala la dirección del eje del mundo que indica “techo del mundo”. Cabe señalar que para que la salida pueda producirse es preciso retirar una piedra de la bóveda que correspondería a la “clave de bóveda” del Royal Arch.
La cueva iniciática o caverna no tiene otra salida que la cenital y esta tendrá que servir de entrada y salida. A pesar que la entrada y la salida de la cueva deberían situarse en los dos puntos opuestos del eje y puesto que es impensable que una entrada a los “grandes misterios” se realice a través de un viaje subterráneo, encontramos la solución al enigma a través del simbolismo solar; concretamente a través del ciclo anual de los solsticios de verano y de invierno que son los dos puntos que corresponden el eje norte-sur. Siendo así, la caverna "cósmica" podrá tener dos puertas "zodiacales", opuestas según el eje que acabamos de considerar, y por lo tanto correspondientes, respectivamente, a los dos puntos solsticiales, una de las cuales servirá de entrada y la otra de salida. La puerta de entrada se designa a veces como la "puerta de los hombres", quienes entonces pueden ser iniciados en los "pequeños misterios" como simples profanos, puesto que no han sobrepasado aún el estado humano; y la puerta de salida se designa entonces, por oposición, como la "puerta de los dioses", es decir, aquella por la cual pasan solamente los seres que tienen acceso a los estados supraindividuales.
Hemos dicho que las dos puertas zodiacales, que son respectivamente la entrada y la salida de la "caverna cósmica" y que ciertas tradiciones designan como "la puerta de los hombres" y la puerta de los dioses", deben corresponder a los dos solsticios, debemos ahora precisar que la primera corresponde al solsticio de verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invierno, es decir, al signo de Capricornio. Para comprender la razón, es menester referirse a la división del ciclo anual en dos mitades, una "ascendente" y otra "descendente": la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttaràyana), que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es la del curso del sol hacia el sur (dakshinàyana), que va del solsticio de verano al de invierno. En la tradición hindú, la fase "ascendente" está puesta en relación con el deva-yâna ["vía de los dioses"], y la fase descendente con el pitr-yâna ["vía de los padres (o antepasados)", lo que coincide exactamente con las designaciones de las dos puertas que acabamos de recordar: la "puerta de los hombres" es la que da acceso al pitr-yâna, y la "puerta de los dioses" es la que da acceso al deva-yâna; deben, pues, situarse respectivamente en el inicio de las dos fases correspondientes, o sea la primera en el solsticio de verano y la segunda en el solsticio de invierno. Solo que, en este caso, no se trata propiamente de una entrada y una salida, sino de dos salidas diferentes: esto se debe a que el punto de vista es otro que el referente de modo especial al papel iniciático de la caverna, bien que en perfecta conciliación con éste.
En efecto, la "caverna cósmica" está considerada aquí como el lugar de manifestación del ser: después de haberse manifestado en ella en cierto estado, por ejemplo en el estado humano, dicho ser, según el grado espiritual al que haya llegado, saldrá por una u otra de las dos puertas; en un caso, el del pítr-yâna, deberá volver a otro estado de manifestación, lo que estará representado, naturalmente, por una nueva entrada en la "caverna cósmica" considerada así; al contrarío, en el otro caso, el del deva-yâna, no hay ya retorno al mundo manifestado. Así, una de las dos puertas es a la vez una entrada y una salida, mientras que la otra es una salida definitiva; pero, en lo que concierne a la iniciación, esta salida definitiva es precisamente la meta final, de modo que el ser, que ha entrado por la "puerta de los hombres", debe salir, si ha alcanzado efectivamente esa meta, por la "puerta de los dioses". La “puerta de los dioses” sólo puede ser una entrada en el caso de un descenso voluntario al mundo manifestado, sea de un ser ya “liberado”, sea de un ser que representa la expresión directa de un principio “supracósmico”.
En el pitagorismo el simbolismo zodiacal parece haber tenido una pareja importancia. Las expresiones puerta de los hombres y puerta de los dioses son precisamente de raigambre griega. Según Jerome Carcopino los pitagóricos habían construido toda una teoría sobre las relaciones del zodíaco con la migración de las almas. Proclo y a Porfirio: concuerdan en atribuir a Numenio la determinación de los puntos extremos del cielo: el trópico de invierno, bajo el signo de Capricornio, y el trópico de verano, bajo el de Cáncer, y en definir, evidentemente siguiendo a Numenio y según los "teólogos" que éste cita y que le han servido de guías, Cáncer y Capricornio como las dos puertas del cielo. Sea para descender a la generación, sea para remontarse a Dios, las almas debían, pues, necesariamente franquear una de ellas". Según Proclo, Numenio afirmaba que por la puerta de Cáncer tenía lugar la caída de las almas en tierra, y por la de Capricornio, el ascenso de las almas al éter.
Acabamos de ver que el simbolismo de las dos puertas solsticiales, en Occidente, existía entre los griegos y más en particular entre los pitagóricos; se lo encuentra igualmente entre los latinos, donde está esencialmente vinculado con el simbolismo de Jano que es propiamente el ianitor ["portero"] que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo "axial". Jano [Ianus] ha dado su nombre al mes de enero (ianuarius), que es el primero, aquel por el cual se abre el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de invierno; además, cosa aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era celebrada en los dos solsticios por los Collegia Fabrorum. Como las puertas solsticiales dan acceso, según lo hemos dicho anteriormente, a las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo zodiacal. Jano era el dios de la iniciacióny esta atribución es de las más importantes, no solo en sí misma sino además desde el punto de vista en que ahora nos situamos, porque existe una conexión manifiesta con lo que decíamos sobre la función propiamente iniciática de la caverna y de las otras "imágenes del mundo" equivalentes de ella, función que nos ha llevado precisamente a considerar el asunto de las puertas solsticiales. A ese título, por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías.
En el cristianismo, las fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las de los dos San Juan, y éstas se celebran siempre en las mismas épocas, es decir en los alrededores inmediatos de los solsticios de invierno y verano. La sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, por lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que, a través de todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en especial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos a los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de "Logia de San Juan" que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la continuación, por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos de referirnos. Aun en su forma especulativa" moderna, la masonería ha conservado siempre también, como uno de los testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales, consagradas a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos rostros de Jano y así la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales, con sus conexiones iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que sea generalmente incomprendida, hasta en el mundo occidental actual.
Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen sin embargo, en realidad, un carácter exactamente opuesto al indicado; puede parecer que hay en ello una paradoja harto extraña, y empero es muy fácil comprender que sea así desde que se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede, al contrario, sino comenzar a acrecerse en seguida por eso el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, inversamente, el de su mitad ascendente; y esto explica también, desde el punto de vista de su significación cósmica, estas palabras de San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival: "Él (Cristo, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya"
Solsticio de verano
Puerta de los hombres
Ciclo ascendente (hacia el norte)
Del solsticio de invierno al de verano
Uttarayana
Acceso a pitri-yana
Puerta de entrada y salida
Polo sur del año
Signo de Cáncer
Solsticio de invierno
Puerta de los dioses
Ciclo anual descendente (hacia el sur)
Del solsticio de verano al de invierno
Dakshimayana
Acceso al deva-yana
Puerta de salida
Puerta de entrada voluntaria y exclusiva para un ser liberado
Polo norte del año
Signo de Capricornio
Bibliografía: Artículos de René Guenón encontrados en Internet.
Para saber más: “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada” René Guenon. Paidós Orientalia.