La Lanza Sangrante

 


La primera imagen corresponde a una miniatura contenida en el libro “las pequeñas horas de Jean Barry”, obra de finales del siglo XIV. La segunda imagen corresponde a una miniatura, también del siglo XIV, que hace referencia al “Cortejo del Grial”, inspirada en la narración de Chretién de Troyes “Li contes del Graal”.

En ambas imágenes aparece la Lanza Sangrante como símbolo a descifrar. En algunas ocasiones la lanza se ha asociado al eje del mundo y al misterio trinitario. ¿La lanza puede representar al hombre que al verter las últimas gotas de sangre libera su espíritu hacia la trascendencia?

Arquetipos



Según Carl Gustav Jung los arquetipos son los fenómenos ancestrales que se producen a nivel colectivo en las diferentes culturas y sociedades dan forma a nuestra manera de ser. Esto implica que no nos desarrollamos de manera aislada al resto de la sociedad, sino que el contexto cultural nos influye en lo más íntimo, transmitiéndonos esquemas de pensamiento y de experimentación de la realidad que son heredados. Los arquetipos pasan a ser patrones emocionales y de conducta que tallan nuestra manera de procesar sensaciones, imágenes y percepciones como un todo con sentido. De alguna manera los arquetipos se acumulan en el fondo de nuestro inconsciente colectivo para formar un molde que le da significado a lo que nos pasa.

Por definición, dice Jung, estas imágenes son universales y pueden ser reconocidas tanto en manifestaciones culturales de distintas sociedades como en el habla, el comportamiento de las personas y, por supuesto, en sus sueños. Esto significa que pueden localizarse y aislarse en todo tipo de productos del ser humano, ya que la cultura afecta a todo lo que hacemos incluso sin darnos cuenta.

Psicologia y mente. Arturo Torres

La ofensiva psicoanalista va cada vez más lejos, en el sentido de que, dirigiéndose directamente a la tradición so pretexto de explicarla, tiende ahora a deformar su noción de forma peligrosa. […] El término “inconsciente” es impropio y lo que contiene, en la medida en que pueda tener algo de realidad, pertenece a lo que los psicólogos denominan de forma más habitual el “subconsciente”, es decir, el conjunto de prolongaciones inferiores de la consciencia.

[…] Todo lo que es de orden tradicional, y especialmente el simbolismo, hay que referirlo al “supraconsciente”, es decir, a aquello que establece una comunicación con lo suprahumano, mientras que el subconsciente tiende, inversamente hacia lo infrahumano. Se da pues una verdadera inversión que es típicamente característica del tipo de explicación de que se trata; y lo que le da una apariencia de justificación es que, en casos como el citado, sucede que el subconsciente, debido al contacto con influjos psíquicos de orden inferior, “imita como un mono” al supraconsciente.

Para quienes se dejan engañar por dichas falacias y no son capaces de discernir su verdadera naturaleza, todo ello da lugar a la ilusión que conduce a lo que hemos denominado una “espiritualidad al revés”.

Tradición e inconsciente. René Guénon

Es importante señalar que el concepto de Arquetipo entre los tradicionalistas es equivalente a las Ideas platónicas, y que por ello está totalmente alejado de cualquier connotación junguiana. La noción de arquetipo de Jung, que no sale del ámbito psíquico, como la misma expresión “inconsciente colectivo” lo evidencia, es diametralmente opuesta a la de los perennialistas, y la Sophia Perennis en general, que consideran que el Arquetipo nada tiene de “inconsciente”, ni psíquico, todo lo contrario, nada hay de más “supraconsciente”, pues los Arquetipos provienen de determinaciones del Espíritu puro. Para los perennialistas, es arquetípico aquello que revela de la manera más directa posible, en nuestro mundo limitado, la Idea divina.

Sara Boix Llaveria

René Guénon y la masonería



René Guénon, matemático, filósofo, masón y sufí, es considerado como el principal expositor de las doctrinas esotéricas tradicionales. La escuela tradicionalista defiende la existencia de una única religión inicial y común a toda la humanidad en la que las verdades y los principios metafísicos fueron revelados a través de mensajeros y profetas. Según los tradicionalistas todas las ramificaciones y aplicaciones de estos principios metafísicos deben repercutir en los diferentes campos de la civilización como son las leyes, la estructura social, el arte, la educación y sobretodo el conocimiento supremo. Como se observará estamos hablando de una sociedad teocrática, la cual ordena todas las actividades humanas según parámetros espirituales.

A principios del siglo XX, en Francia, como repuesta al vacío espiritual de la época, florecieron una serie de movimientos esotéricos entre los que destacan las corrientes espiritistas y ocultistas influenciadas por Allan Kardec y Papus, la Sociedad Teosófica y algunas logias masónicas de tradición esotérica. René Guénon, en su búsqueda espiritual, se interesó por ellos en un primer momento pero poco después se desvinculó y criticó este neoespiritualismo al considerar que sus postulados llegaban a conclusiones subjetivas y erróneas. Consideró que para encontrar la verdad había que regresar la tradición antigua y a los textos revelados.

Con Guénon la metafísica aparecerá como la ciencia válida para adentrarse en el plano espiritual del conocimiento de los principios eternos y universales. Este conocimiento, al que no puede accederse por medio de la razón y el discurso, precisa de la intuición intelectual pura y de la revelación a través de las facultades visionarias. Se reivindicará la verdadera iniciación como método efectivo para la liberación de los límites del ser humano. Se recuperará la división trial cuerpo, alma y espíritu, y el símbolo, con su lenguaje sintético y esotérico, aparecerá como el puente entre el cuerpo y el espíritu que permitirá comprender todo lo inteligible en función de las aptitudes personales de cada uno..

Guénon llegó a decir, “con sus luces y sus sombras, con lo que conocemos y lo que desconocemos, en Occidente sólo nos queda la masonería”.

Movimientos iniciáticos contemporáneos


Cierto es que existe hoy en día un número considerable de sectas ocultas, sociedades secretas, agrupaciones pseudoiniciaticas , movimientos herméticos, neoespiritualistas, etc. La sociedad teosófica, la antroposofía, el neovedantismo o el neobudismo, no son sino las más conocidas expresiones de un fenómeno cultural acreditado prácticamente por todo el mundo occidental. Este fenómeno no es nuevo. El interés por el ocultismo, así como la tendencia a agruparse en sociedades secretas más o menos iniciáticas, hace su aparición en Europa ya en el siglo XVI para alcanzar su punto culminante en el XVIII. El único movimiento secreto que presenta cierta coherencia ideológica, que posee ya una historia y que goza de prestigio social y político es la masonería. Las demás organizaciones con pretensiones iniciáticas son, en su mayor parte, improvisaciones recientes e híbridas. Su interés es más que nada de orden sociológico y psicológico: ilustran la desorientación de una parte del mundo moderno, el anhelo de hallar un sustituto a la fe religiosa. Ilustran asimismo la irreductible atracción por los “misterios”, por lo oculto, por el más allá, que forma parte del ser humano, y que puede comprobarse en todas las épocas y a todos los niveles de cultura, sobretodo en tiempos de crisis. 

Micaela Eliade. Iniciaciones Místicas.

Angelología en I Henoc: estrellas fugaces



En el Antiguo Testamento los ángeles constituyen un espacio sobrenatural que une el mundo de Dios con el de los hombres. Aparte de la función de estar al servicio de Dios, tanto como mensajeros como adoradores (Sal 29,1; Job 1,6; 2,1; 38,7), también aparecen como protectores de los creyentes, ayudando a los gobernantes de Israel o a los hombres piadosos.

En lo referente a su forma, normalmente los mensajeros divinos son descritos como indistinguibles de los seres humanos (Gn 19,1-22; 32,25-31; Dn 8:15; Tb 5,8.16; Jue 13,3-23): toman apariencia humana, comen, beben (Gn 18,8) –aunque no tienen necesidad de ello– y sólo se les reconoce como seres divinos, si manifiestan su verdadera identidad. Una vez cumplida su misión, tienden a desaparecer. Otra posibilidad es que no aparezcan con forma humana, como en Ex 3,2, donde el ángel de Yahvé se le aparece a Moisés en forma de llama de fuego en medio de la zarza.

Poseen una gran belleza, con una naturaleza espiritual y una fuerza superior, a pesar de mostrar un comportamiento similar al de los hombres, pero inferior a Dios. Tienen una sabiduría superior a la humana, pero no ilimitada, y están privados de realizar cualquier acción autónoma; se encuentran siempre sometidos a Dios, salvo en el caso de Gn 6,1-4:

Ahora bien, sucedió que comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la superficie del suelo y les nacieron hijas; y observaron los hijos de Dios que las hijas del hombre eran bellas, se procuraron esposas de entre todas las que más les placieron.

Su existencia es eterna y nunca se precisa su sexo, a excepción de Gn 6,2. Aquí mantienen relaciones con las hijas de los hombres, es decir, seres divinos tienen relaciones con seres mortales, de lo que podría encontrarse un paralelo en las uniones sexuales entre dioses griegos y humanos, un tópico común en la mitología griega, cuyo resultado es igualmente el nacimiento de un ser semidivino o un héroe.

El sistema angelológico de 1 Henoch descansa básicamente en una dualidad basada, por una parte, en ángeles fieles y arcángeles, ambos seguidores de Dios, y, por otra, en ángeles caídos. Uno y otro bando existe desde la eternidad.

Existe otra denominación "ángeles castigadores" en 56,1; 62,11; 63,1, referida a los que se encargan del castigo de los ángeles caídos y los hombres poderosos y reyes "que poseen la tierra". Este tipo de ángeles castigadores también pueden soltar la fuerza de las aguas del diluvio.

La función de los ángeles fieles es principalmente la de servir de intermediarios entre Dios y los ángeles malos, el mundo y el hombre, aunque cabe decir que los arcángeles destacan del resto. Ellos son los encargados de castigar a los ángeles caídos y a otra clase de demonios.

Aparte de este tipo de ángeles existe una cohorte celestial compuesta por serafines, querubines, coros, potestades y dominaciones.

En el lado contrario, están los ya mencionados ángeles caídos, cuyo estatus se debe a una falta doble:

a) Unirse a las hijas de los hombres.
b) Revelar secretos que son perjudiciales para la humanidad.

Estos secretos se relacionan en parte con los conocimientos que el titán Prometeo afirma que ha proporcionado a la humanidad en el Prometeo encadenado de Esquilo.



Conclusión 

Los ángeles, divinidades relacionadas con el fulgor, conectan el cielo con la tierra, están subordinados a Dios y en cierta manera a los hombres, a pesar de ser superiores a estos tanto en conocimiento como en habilidades. Han de actuar como mensajeros o protectores, aunque también han de imponer castigos, una de las funciones que derivan de su principal papel, regir el buen funcionamiento del cosmos. Por ello, también manejan el curso de los astros o los fenómenos naturales, llegando a identificarse con ellos. No obstante, ellos mismos, si comenten una falta, como es la de olvidarse de su estatus uniéndose a las hijas de los hombres, no tendrán vuelta a atrás, no tendrán posibilidad de arrepentirse. Serán castigados por seres de su misma clase y quedarán a la espera del Juicio Final, cuya sentencia ya está adjudicada: arder en el fuego eternamente.

 El fuego también es un elemento con el que parecen estar vinculados constantemente: su composición, su vida se basa en él y, sin embargo, este les acabará consumiendo por su falta, así como a las estrellas con las que se identifican, a las que igualmente constituye: De allí fui a otro lugar en el occidente, hasta los confines de la tierra. Vi un fuego ardiente que fluía sin cesar ni terminar su flujo día y noche, sino que se mantenía siempre igual. Pregunté así: «¿Qué es esto que no cesa?». Entonces me respondió Ragüel, uno de los santos ángeles, que estaba conmigo y me dijo: «Esta corriente que has visto hacia occidente es el fuego que arde en todas las luminarias del cielo». Las estrellas al desviarse de su curso sufrirán el mismo destino que los ángeles, quienes al unirse a un ser efímero abandonan su eternidad para convertirse en estrellas fugaces. 

Extracto de Angelología en I Henoc: estrellas fugaces. María Flores Rivas

Variedades de la experiencia religiosa


William James (1842-1910) emprende en esta obra una exploración pionera de la religión a la luz de la psicología y de la experiencia individual, sobre todo en sus vertientes moral y estética. Sus finos análisis del fenómeno religioso, basados en un rico material de testimonios y vivencias, constituyen un momento señalado en la evolución de su filosofía del pragmatismo.

Historia de los métodos de la meditación no dual


En esta obra se efectúa un recorrido histórico por algunos de los métodos de meditación que, basados en la atención al presente, a la sensación de ser o autoconsciencia, tienen por finalidad el desapego o desapropio de los pensamientos y, en definitiva, de la identidad al cuerpo-mente. Para ello, se han seleccionado y glosado textos de autores tradicionales del vedanta advaita, hermetismo greco-egipcio, pitagorismo, estoicismo, neoplatonismo, de la mística judía (Filón de Alejandría) y de la Cábala, dedicando especial atención al cristianismo a través de autores como Gregorio de Nisa, San Agustín, Evagrio Póntico, Juan Casiano, Dionisio Areopagita, el maestro Eckhart, Nicolás de Cusa, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, etc., concluyendo con un epílogo dedicado a la meditación en el sufismo.

Enlace al libro en formato pdf

La sabiduría mazdea



La sabiduría mazdea: dos textos del Irán Antiguo es la primera monografía publicada en castellano sobre el zoroatrismo, fruto de la experiencia personal y transformante de Zaratustra, quien convierte una religión politeísta, como era la de los indoeuropeos, en otra estrictamente monoteísta, presidida por Ahura Mazda, que significa el predominio de la unidad sobre la multiplicidad.

Superando visiones reductivas, en esta obra se muestra que el dualismo reflejado en la oposición luz-tinieblas, es compatible con la unidad del dios único y todopoderoso del monoteísmo mazdeo.

Por primera vez se traducen al español, directamente de su versión persa, dos textos fundamentales de la literatura mazdea. El primero es un importante obra escatológica de la literatura pahleví, Redactado en el siglo X, aunque probablemente compuesto ya en el s. VI d.C., el Libro de Ardâvirâf, relato de un viaje a las moradas del ultramundo, trata pues del destino del almo más allá de la muerte. El segundo es una obra sapiencial que data de finales de la época de la sasánida (entre los siglos VI y VII). El Dadestân Mênôg e Jerat se presenta como resultado de una experiencia contemplativa en la cual la Sabiduría –instrumento, mediación y manifestación de la divinidad- se personaliza y se revela al autor, respondiendo a sus cuestiones.

Morir antes de morir. Ritos de iniciación y experiencias místicas



Desde la más remota antigüedad, el hombre ha tratado de descifrar qué hay tras la muerte. La necesidad de experimentar una muerte anticipada en vida que proporcione la certidumbre de la inmortalidad está presente en todas las culturas y civilizaciones. La religión y la filosofía proporcionan numerosos ejemplos de doctrinas que explican vías para salir de este mundo mediante la experiencia ritualizada de la inmortalidad. Dos motivos recurrentes de la vía mística –el morir antes de morir y la extinción de la individualidad– pueden ejemplicar bien algunas prácticas de las sociedades iniciáticas.

En el presente volumen diversos especialistas explican la teoría y práctica iniciáticas a lo largo de la historia, desde la edad antigua al a moderna: el brahmanismo, el antiguo Egipto, el zoroastrismo, el orfismo, el pitagorismo, el neoplatonismo… también se abordan los ritos de iniciación en el cristianismo primitivo, el hesicasmo, el sufismo, la cábala, la literatura de caballería, la alquimia y, más modernamente, de los rosacruces y la masonería. Finalmente, se expone la relación de ciertos ritos iniciáticos con los estudios clínicos más recientes sobre las experiencias cercanas a la muerte (ECM).

Con esta monografía colectiva se viene a llenar una laguna en la bibliografía especializada desde un punto de vista transversal que engloba la filosofía, la historia de las religiones, la historia de las instituciones, la filología y la historia de la ciencia.

Las dimensiones místicas del Islam


«Escribir sobre el sufismo o mística islámica es una tarea prácticamente imposible». Así comienza el libro donde la autora logra demostrar lo contrario: que en esta ocasión ha sido capaz de superar con holgura los obstáculos que supone realizar un estudio comprehensivo de un tema tan amplio como elusivo.

El resultado es una obra de referencia fundamental. A diferencia de otros textos sobre el sufismo este libro se aventura a proporcionar una visión global del misticismo islámico. Schimmel nos conduce por las posibles raíces etimológicas del término «sufismo» y aborda cuestiones como el desarrollo del sufismo teosófico, las órdenes y las fraternidades sufíes, el caso particular del sufismo indo-pakistaní y el papel del hombre con respecto a Dios en esta tradición. También dedica un capítulo íntegro a la poesía mística turca y persa, analizando la posible interpretación de esta última como poesía erótica sin olvidarse de estudiar el simbolismo de las letras así como el, a menudo ignorado, elemento femenino en el sufismo.

La mística judía. Una introducción


La amplia literatura mística y cabalística judía, que se extiende a lo largo de un dilatado periodo de tiempo y exhibe numerosas tendencias, es estudiada en esta obra desde la perspectiva de su desarrollo histórico, pero tratando al mismo tiempo de forma sistemática sus principales contenidos y abordando las diferentes interpretaciones a que éstos han dado lugar.

Los textos místicos del judaísmo, fruto muchas veces de tradiciones orales esotéricas, son así presentados dentro del contexto religioso y cultural de sus respectivas corrientes y etapas: el misticismo judío antiguo, el periodo clásico de la Cábala, la Cábala luriánica, la Cabala de Sabetay Tsebí y el movimiento jasídico. El recorrido concluye con una reflexión sobre la paradoja que es propia del lenguaje místico: querer expresar lo inexpresable.

Las grandes tendencias de la mística judía


«Un trabajo crucial sobre la larga historia de la espiritualidad esotérica judía. Además de su importancia intrínseca, la influencia de este libro ha sido enorme y parece que continuará indefinidamente. Al igual que las historias y parábolas de Kafka, la obra de Scholem ayudó a inaugurar el gnosticismo judío de nuestra era.»
Harold Bloom

A partir de la recuperación de manuscritos largamente silenciados, Gershom Scholem –uno de los mayores estudiosos de nuestro tiempo y el primero en sentar las bases fiables de un análisis de la mística judía– traza el mapa de las ideas y simbolismo del movimiento cabalístico, desde sus comienzos en la Alta Edad Media, su esplendor en la España de finales del siglo XIII con la aparición del Zóhar, hasta las últimas interpretaciones hasídicas. Este trabajo de recuperación redefine muchas de las nociones de la historia y la religión judías y nos abre a nuevas y fecundas interpretaciones acerca del papel del misticismo en el pensamiento occidental.

El Ser y los símbolos


El Ser y los símbolos reúne por vez primera, bajo este título genérico, varios textos de José Antonio Antón Pacheco sobre simbolismo, metafísica y hermenéutica tradicional que conjuntamente constituyen, en todos esos dominios interrelacionados, una referencia imprescindible de plena actualidad en nuestro panorama intelectual.

La obra consta de cuatro partes. Tres de ellas (primera, segunda y cuarta) corresponden respectivamente a tres libros ya publicados con anterioridad: Elementos de metafísica tradicional (Madrid, 1982), Simbolica nomina. Introducción a la hermenéutica espiritual del Libro (Barcelona, 1988) y Ensayo sobre el tiempo axial (Guatemala, 1995). La tercera parte, titulada La transitividad simbólica, agrupa diversos artículos de temática similar, con particular referencia a la literatura española (el Zohar, Santa Teresa, Juan Ramón Jiménez, Juan Eduardo Cirlot), publicados en diversas revistas especializadas.

La hora del símbolo visionario.



Según Jámblico los “sueños enviados por los dioses” se producen cuando el sueño cesa y comenzamos justamente a despertarnos, o bien cuando estamos entre la vigilia y el sueño. Este estado intermedio en el cual no estamos ni totalmente dormidos ni totalmente despiertos se muestra como el estado apropiado para que pueda manifestarse el símbolo visionario. Se trata del estado mental que aún conserva el atisbo  de consciencia necesario que permitirá recibir el mensaje y guárdalo en la memoria para su posterior recuerdo y desciframiento. Es este estado intermedio, en el cual no estamos totalmente despiertos ni totalmente dormidos, el mismo en el que Henry Corbin situaba las experiencias visionarias de los místicos sufís,  y Carl Gustav Jung atribuía al afloramiento de los mensajes del inconsciente. La psiquiatría actual corrobora estas visiones y las clasifica como alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas.

El yoga, el Qi Gong, la oración, la música, el arte o simplemente los paseos solitarios también pueden permitiralcanzar este punto de abstracción necesario para la manifestación simbólica. La mística chií atribuye esta clarividencia a una especie de trasmutación alquímica interior en la que se despiertan los sentidos ocultos y sutiles que la hacen posible; de la misma manera que, por ejemplo,  los chinos destacan las proezas y maravillas que pueden alcanzarse con la práctica del Qi Gong.

Para interpretar porque es fundamental el estado intermedio entre sueño y vigilia para la manifestación simbólica podemos pensar en los conceptos de ocultamiento y manifestación. Para que algo  se manifieste otra cosa debe ocultarse, puede servirnos de ejemplo la luz que aparece cuando la tiniebla se desvanece, o  el sonido que aparece cuando  el silencio desaparece. Como vemos no pueden coexistir al mismo tiempo luz y oscuridad, ni silencio y sonido. A partir de este planteamiento podemos deducir que para que la visión aparezca debe ocultarse otra cosa que ocupa el lugar que la visión deberá ocupar. Durante el estado de vigilia es el pensamiento quien ocupa nuestra mente y en el estado de sueño el inconsciente, de ahí que en el punto intermedio que podríamos denominar “vacío o nada” podría aparecer y ocupar ese sitio el símbolo.

Los símbolos del camino


De forma general estamos acostumbrados a percibir los símbolos como imágenes estáticas que transmiten un mensaje cifrado que podemos llegar a desvelar. Existe otra forma de manifestación del símbolo que es dinámica y que atiende a la acepción de “convenio” y “acuerdo” a la que también hace referencia el verbo “sumballein”. En este sentido entramos en el ámbito de la teúrgia dónde el símbolo adquiere la condición de presagio divino y/o advertencia por parte del contratante inteligible al contratante sensible. Estos símbolos dinámicos suelen manifestarse a través de escenas de la vida cotidiana, mayoritariamente en la naturaleza, y por medio de actores reconocidos por ambas partes que han adquirido la condición de símbolos desvelados.

Pensamiento Tradicionalista


Lo esencial de los autores perennialistas es la recuperación, revisión, exposición, desarrollo y total afinidad con las doctrinas metafísicas tradicionales. Nos encontramos ante unos hombres y mujeres contemporáneos que por afinidad electiva, participan ideológicamente en una visión del universo muy cercana a la de Platón, Plotino, Dante, o el sabio hindú, portavoz del ‘no dualismo’ Shankara (788-820 d. JC), es decir, comparten con ellos el conocimiento y la aceptación de la Sophia Perennis.

La Escuela Tradicional, está formada por unos hombres y mujeres cuyo rasgo distintivo es el de estar interesados por la espiritualidad esotérica, esta posición no dogmática genera posturas e inquietudes muy diferentes aún teniendo la base común de la Sophia Perennis. Entre los tradicionalistas podemos encontramos cristianos, masones, budistas, musulmanes, etc. y aunque comparten ideas y premisas importantes: La doctrina metafísica, el compromiso espiritual, el rechazo por el mundo moderno, como más características, podemos imaginar que esta diversidad de puntos de vista espirituales favorece un grupo poco homogéneo, o mejor dicho, en realidad no se puede hablar de un único grupo, sino de múltiples ramas de un mismo árbol.

Para Seyyed Hossein Nasr y los tradicionalistas, significa exactamente: la comunicación de verdades y principios metafísicos revelados a la humanidad o, más bien, a un sector cósmico de la humanidad, a través de mensajeros, profetas, etc, y todas las ramificaciones y aplicaciones de estos principios en los más diferentes campos de la civilización, tales como leyes, estructura social, y por supuesto el arte y el simbolismo y, en primer lugar, el conocimiento supremo, es decir, los Principios metafísicos y los métodos para poder hacer operativo este conocimiento. Como se observará estamos definiendo una sociedad teocrática, que es lo que es una sociedad tradicional, la cual ordena todas las actividades humanas según parámetros espirituales.

Según Schuon, la dimensión estética forma parte del esoterismo, el cual ha de poder colmar todas las facetas humanas, así pues, son características de éste las siguientes dimensiones:

1. Intelectual, manifestada por la doctrina metafísica. Se dirige a la inteligencia y dará cuenta de verdades tales como: discernimiento entre lo Real y lo ilusorio, grados de Realidad divina, relación entre Realidad y relatividad, progresivo alejamiento de la manifestación del Principio y aparición del mal, etc.

2. Volitiva o técnica, que engloba los medios directos e indirectos de la vía. Se dirige a la voluntad humana y se refiere al método para poder llevar a cabo la realización espiritual.

3. Adecuación moral, que concierne a las virtudes intrínsecas y extrínsecas. Se dirige al alma humana. La realización de las virtudes –o mejor, la abstención de los vicios- no es concebida como convención social o moralismo, sino como la adecuación del alma humana a las Cualidades divinas.

4. Adecuación formal o estética, de la que derivan el simbolismo y el arte, se trata de la conformidad de las formas que nos rodean a la verdad y la belleza. Esta adecuación satisface tanto a la sensibilidad como a la inteligencia.

Las tres ideas rectoras que ordenan el universo de la estética tradicionalista son, a nuestro entender, las siguientes: Forma, Belleza y Símbolo.

Forma e Intelecto: El papel notable que juega entre los perennialistas los aspectos formales, desde el arte sagrado hasta la indumentaria o la decoración del hogar, descansa sobre: el papel configurador que se atribuye a la forma y la relación que la Forma guarda con el Intelecto.

El Intelecto transcendente es el Principio intelectual superior y pertenece a la manifestación supra-formal. El Intelecto está por encima de la individualidad humana y de todo estado particular, si bien cada ser humano posee este conocimiento superior de manera inmanente y virtual, es una facultad de conocimiento supra-racional y supra-individual, un rayo que procede directamente del Ser. Conviene distinguirlo de la razón, y la consciencia individualizada, siendo éstas facultades pertenecientes a la manifestación formal y al ámbito humano. El Intelecto es el que hace posible el conocimiento metafísico, conocimiento no humano por definición. Transmite la luz del conocimiento transcendente de manera directa, por lo que Aristóteles dice: “El Intelecto es siempre conforme a la Verdad”, “nada es más verdadero que el Intelecto” y, recordemos que la Verdad se identifica con el Principio, el Ser, pues fuera de Éste nada posee un fundamento propio. El Intelecto es el “lugar” en el cual el ser humano tiene una zona común con el Principio, participando en Él. Es el Principio en el ser humano, es la comunicación de Él mismo a Sí mismo dentro de otro diferente a Él.

Belleza e interioridad atañen a las apariencias físicas, mientras que en el orden Principal corresponden a las cualidades intrínsecas de la Esencia. En la estética perennialista la belleza es un valor objetivo. Aquí también nuestros autores comparten el pensamiento tradicional recogido por Platón, quien llegó a escribir, “No tengo interés por lo que parece bello a la gente, sino por lo que lo es”.

Arquetipo, símbolo e inmanencia. Es importante señalar que el concepto de Arquetipo entre los tradicionalistas es equivalente a las Ideas platónicas, y que por ello está totalmente alejado de cualquier connotación junguiana. La noción de arquetipo de Jung, que no sale del ámbito psíquico, como la misma expresión “inconsciente colectivo” lo evidencia, es diametralmente opuesta a la de los perennialistas, y la Sophia Perennis en general, que consideran que el Arquetipo nada tiene de “inconsciente”, ni psíquico, todo lo contrario, nada hay de más “supraconsciente”, pues los Arquetipos provienen de determinaciones del Espíritu puro. Para los perennialistas, es arquetípico aquello que revela de la manera más directa posible, en nuestro mundo limitado, la Idea divina.

Extracto de "Introducción la pensamiento estético tradicionalista" de Sara Boix Llaveria

Sobre los libros sagrados


Los Libros sagrados semíticos como La Biblia y El Corán, contienen implícitas todas las enseñazas metafísicas, pero no las exponen de manera explícita como los textos hindúes. Los tres monoteísmos semíticos son religiones dogmáticas y no sapienciales como el hinduismo. En algunos de los textos sagrados de esta última tradición se expresan verdades metafísicas sin ningún tipo de velo, cosa que en los textos semíticos no suele ser así, sino que sus formulaciones son parciales o simbólicas, a causa de su preocupación por salvaguardar el dogma, e ir dirigidas a toda la comunidad, lo que no sucede en el hinduismo, en el cual la verdad metafísica no se dirige a todos, sino a una casta sacerdotal verdaderamente cualificada para recibirla.

Nota de "Introducción al pensamiento estético tradicionalista". Sara Boix Llaveria

Las Cuatro Edades de la Humanidad


La creencia en las Cuatro Edades de la Humanidad la encontramos casi idéntica tanto en las escrituras hindúes, griegas, o latinas, pero también en otras culturas más alejadas; en realidad es una noción tradicional universal que se contrapone frontalmente con la idea moderna de evolución y progreso.

 Según la terminología griega, el ciclo de la humanidad se divide en Cuatro Edades (Yugas en el hinduismo) la Edad de Oro (Krita Yuga), Plata (Treta Yuga), Bronce (Dvapara Yuga), Hierro (Kali Yuga). Esta última es en la que nos hallamos y se caracteriza por que la mayoría de los humanos se apegan a la acción y al sentimiento, lo que hace que no puedan sobrepasar su individualidad y liberarse, espiritualmente hablando, así como por un grosero materialismo que lleva a negar el Espíritu y todas sus manifestaciones.

 Las Cuatro Edades se corresponden a las diferentes fases que atraviesa la Humanidad durante un ciclo completo (Mahâyuga) y está marcadas por un alejamiento progresivo con relación al Principio, es decir, un distanciamiento de la Unidad y de la Tradición Primordial. Este alejamiento se acelera a medida que el tiempo avanza, formando las etapas sucesivas de una materialización progresiva, en todos los ámbitos existenciales, más y más evidente hasta llegar a casi una solidificación final. 

(Referencias extraídas de Le dictionnaire de René Guénon, Jean-Marc Vivenza, Grenoble, Éditions Le Mercure Dauphinois, 2004, pp. 37-38.

Nota de "Introducción al pensamiento estético tradicionalista". Sara Boix Llaveria

Neoplatonismo


Entre Platón y Plotino han trascurrido seis siglos. Hasta el siglo XIX, momento en que se acentúa la diferencia entre ambos y las particularidades de cada uno, Platón y Plotino eran considerados idénticos. La tendencia en el presente siglo es suprimir la distancia o abismo entre Platón y Plotino y mostrar cómo el neoplatonismo se remonta a la Antigua Academia sea directamente, sea a través de la nueva versión de Platón que se produce en el Platonismo Medio.

El Platonismo Medio se desarrolló desde la segunda mitad del siglo I a.C. hasta principios del III d.C. Lo que caracteriza al conjunto de estos pensadores es el intento de recuperar la dimensión suprasensible como fundamento explicativo de lo sensible. En los diversos autores vemos aparecer, con variantes entre ellos, algunos puntos comunes de preocupación.

1. La postulación de un primer principio de la realidad (Dios o inteligencia transcendente).

2. Esbozos de una teología negativa como modo de referirse a ese principio.

3. La afirmación de la inteligencia suprema como el “lugar” de las ideas platónicas.

4. La inclusión, entre el primer principio y nuestro mundo, de una jerarquía de potencias espirituales.

5. El planteo del problema de la materia y el mal, con tendencia, en muchos autores, a soluciones de tipo dualista.

6. La prédica de la necesidad del retorno al principio, que sólo puede alcanzarse a través de intermediarios.

Debemos recordar que desde el siglo I a.C.se produce un creciente predominio de las preocupaciones religiosas, en primer lugar en Alejandría, centro de intercambio comercial, cultural y espiritual entre Oriente y Occidente. Judeoalejandrinos, cristianos, neopitagóricos, algunas herejías cristianas, resurgimiento de religiones de misterios autóctonas, como el orfismo y procedentes del extranjero, como el culto de Isis y Osiris, el de Mitra, la astrología caldea, la gnosis y el hermetismo.

En todos estos sistemas especulativos de la época hallamos una idea central: la cadena del ser, reproducida por la cadena del pensamiento. Así puede haber un sistema de pensamiento porque el propio ser constituye un sistema. El orden de la demostración es tal como el orden del ser: lo primero en teoría es lo primero en la realidad. El sistema de la realidad forma una jerarquía definida por la mayor y menor perfección, divinidad y bondad de los eslabones que la integran. Por eso esa jerarquía no es estática sino dinámica: hay un movimiento del ser que es doble; de descenso “creativo”, y de ascenso “decreativo”.

Más allá de los riesgos que supone toda periodización, de un modo general, podríamos reconocer en la historia del neoplatonismo tres fases o tres momentos. La primera fase es la alejandrino-romana, de tendencia marcadamente especulativa y metafísica, que se ubica en el siglo III d. C. y cuyas figuras descollantes son Plotino y Porfirio. La segunda fase, de tendencia más bien teúrgica, corresponde al siglo IV y se escinde en dos escuelas: la de Siria, a la que perteneció Dexipo y cuya principal figura es Jámblico, y la de Pérgamo que, fundada por Edesio, discípulo de Jámblico, contó entre sus miembros el emperador Juliano el Apostata y a Salustio. La tercera fase, de tendencia teúrgica, pero también marcadamente erudita, es la que está representada por la Escuela de Atenas en el siglo V y cerrada en el año 529 por el edicto de Justiniano, y por la “escuela” de Alejandría en el siglo VI hasta comienzos del VII. La figura más destacada de la Escuela de Atenas es Proclo, otros representantes son Plutarco, Siriano, Marino, Isidoro, Zenodoto y, tal vez Damascio, a más de Simplicio.

Extracto de "Plotino y el neoplatonismo" de María Isabel Santa Cruz. Hª de la Filosofía Antigua. Editorial Trota 2004.


Neoplatonismo es el nombre que se le da a una tradición filosófica que hunde sus raíces en la Antigüedad clásica y, contra lo que pudiese sugerir el nombre, solo parcialmente en el pensamiento de Platón. Su influencia fue muy importante en el desarrollo de la ciencia moderna y en el de conceptos que aún persiguen a los científicos.

Entre los siglos III y V de la era común, Plotino, Porfirio y Jámblico desarrollaron un sistema de ideas que se basaba en algunas de Platón pero, a la vez, modificándolas sustancialmente. Los neoplatónicos creían que el Universo era uno; que dependía de una fuente suprema, que recibía distintos nombres (la Única, la Mente Divina, el Logos, el Demiurgo o el Alma del Mundo son algunos de ellos) de la que emanaban todas las demás inteligencias y niveles de realidad, incluyendo el habitado por los humanos.

En lo que respecta al conocimiento del mundo natural los neoplatónicos tenían, a efectos prácticos, una única fuente, a saber, el Timeo de Platón. En este diálogo Platón esquematiza una cosmogonía mitológica en la que el Demiurgo, el espíritu creador, usa los cinco sólidos perfectos de las matemáticas (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) como plantillas con las que crear los cielos. Las armonías musicales seguían las pautas marcadas por estos sólidos y la luz era una emanación del Demiurgo y el medio por el que los humanos adquirirían el conocimiento.

Extracto de César Tomé López




La caverna iniciática y las puertas solsticiales según René Guenón



En la muerte al mundo profano seguida del “descenso a los infiernos”, que se realiza en la caverna, no hay más que una preparación a la iniciación. Esta muerte es asumida como un “segundo nacimiento” y como un paso de las tinieblas a la luz. Muerte y renacimiento son dos caras de un mismo cambio de estado, y el paso de un estado a otro debe verificarse en la oscuridad. En este sentido la caverna sería el lugar oportuno de dicho tránsito. Muy lejos de constituir un logar tenebroso, la caverna iniciática está iluminada interiormente, de modo que, muy al contrario la oscuridad reina fuera de ella, pues el mundo profano se asimila a las “tinieblas exteriores” y el “segundo nacimiento” es a la vez una iluminación. Adviértase que, cuando la misma cueva es el lugar de la muerte iniciática y del segundo nacimiento, debe entonces ser considerada como acceso no sólo a los dominios subterráneos o infernales, sino también a los dominios supraterrenales.

Desde el punto de vista iniciático también debe considerarse la distinción importante entre el “segundo nacimiento” y el “tercer nacimiento” que se relacionan con la iniciación a “los pequeños misterios” y a “los grandes misterios”. El segundo nacimiento también se conoce como “regeneración psíquica” y tiene lugar en el ámbito de las posibilidades sutiles del individuo. El “tercer nacimiento” se efectúa directamente en el orden espiritual y es el acceso al ámbito de las posibilidades supraindividuales. El primero es propiamente un “nacimiento en el cosmos”, el segundo es “extracósmico”, y esta “salida del cosmos” según la expresión de Hermes, ha de corresponder, para que el simbolismo sea completo, una salida final de la cueva. Ésta contiene las posibilidades incluidas en el “cosmos” las que el iniciado debe superar en esta nueva etapa de desarrollo de su ser, del cual el “segundo nacimiento” no era en realidad más que el punto de partida.


La salida de la cueva iniciática, considerada como representación de la “salida del cosmos” se ha de efectuar, al parecer, por una obertura situada en el cenit de la bóveda. Según ciertos rituales de dicho punto pende la “plomada del Gran Arquitecto” que señala la dirección del eje del mundo que indica “techo del mundo”. Cabe señalar que para que la salida pueda producirse es preciso retirar una piedra de la bóveda que correspondería a la “clave de bóveda” del Royal Arch.

La cueva iniciática o caverna no tiene otra salida que la cenital y esta tendrá que servir de entrada y salida. A pesar que la entrada y la salida de la cueva deberían situarse en los dos puntos opuestos del eje y puesto que es impensable que una entrada a los “grandes misterios” se realice a través de un viaje subterráneo, encontramos la solución al enigma a través del simbolismo solar; concretamente a través del ciclo anual de los solsticios de verano y de invierno que son los dos puntos que corresponden el eje norte-sur. Siendo así, la caverna "cósmica" podrá tener dos puertas "zodiacales", opuestas según el eje que acabamos de considerar, y por lo tanto correspondientes, respectivamente, a los dos puntos solsticiales, una de las cuales servirá de entrada y la otra de salida. La puerta de entrada se designa a veces como la "puerta de los hombres", quienes entonces pueden ser iniciados en los "pequeños misterios" como simples profanos, puesto que no han sobrepasado aún el estado humano; y la puerta de salida se designa entonces, por oposición, como la "puerta de los dioses", es decir, aquella por la cual pasan solamente los seres que tienen acceso a los estados supraindividuales.

Hemos dicho que las dos puertas zodiacales, que son respectivamente la entrada y la salida de la "caverna cósmica" y que ciertas tradiciones designan como "la puerta de los hombres" y la puerta de los dioses", deben corresponder a los dos solsticios, debemos ahora precisar que la primera corresponde al solsticio de verano, es decir, al signo de Cáncer, y la segunda al solsticio de invierno, es decir, al signo de Capricornio. Para comprender la razón, es menester referirse a la división del ciclo anual en dos mitades, una "ascendente" y otra "descendente": la primera es el período del curso del sol hacia el norte (uttaràyana), que va del solsticio de invierno al de verano; la segunda es la del curso del sol hacia el sur (dakshinàyana), que va del solsticio de verano al de invierno. En la tradición hindú, la fase "ascendente" está puesta en relación con el deva-yâna ["vía de los dioses"], y la fase descendente con el pitr-yâna ["vía de los padres (o antepasados)", lo que coincide exactamente con las designaciones de las dos puertas que acabamos de recordar: la "puerta de los hombres" es la que da acceso al pitr-yâna, y la "puerta de los dioses" es la que da acceso al deva-yâna; deben, pues, situarse respectivamente en el inicio de las dos fases correspondientes, o sea la primera en el solsticio de verano y la segunda en el solsticio de invierno. Solo que, en este caso, no se trata propiamente de una entrada y una salida, sino de dos salidas diferentes: esto se debe a que el punto de vista es otro que el referente de modo especial al papel iniciático de la caverna, bien que en perfecta conciliación con éste.

 En efecto, la "caverna cósmica" está considerada aquí como el lugar de manifestación del ser: después de haberse manifestado en ella en cierto estado, por ejemplo en el estado humano, dicho ser, según el grado espiritual al que haya llegado, saldrá por una u otra de las dos puertas; en un caso, el del pítr-yâna, deberá volver a otro estado de manifestación, lo que estará representado, naturalmente, por una nueva entrada en la "caverna cósmica" considerada así; al contrarío, en el otro caso, el del deva-yâna, no hay ya retorno al mundo manifestado. Así, una de las dos puertas es a la vez una entrada y una salida, mientras que la otra es una salida definitiva; pero, en lo que concierne a la iniciación, esta salida definitiva es precisamente la meta final, de modo que el ser, que ha entrado por la "puerta de los hombres", debe salir, si ha alcanzado efectivamente esa meta, por la "puerta de los dioses". La “puerta de los dioses” sólo puede ser una entrada en el caso de un descenso voluntario al mundo manifestado, sea de un ser ya “liberado”, sea de un ser que representa la expresión directa de un principio “supracósmico”.

En el pitagorismo el simbolismo zodiacal parece haber tenido una pareja importancia. Las expresiones puerta de los hombres y puerta de los dioses son precisamente de raigambre griega. Según Jerome Carcopino los pitagóricos habían construido toda una teoría sobre las relaciones del zodíaco con la migración de las almas.  Proclo y a Porfirio: concuerdan en atribuir a Numenio la determinación de los puntos extremos del cielo: el trópico de invierno, bajo el signo de Capricornio, y el trópico de verano, bajo el de Cáncer, y en definir, evidentemente siguiendo a Numenio y según los "teólogos" que éste cita y que le han servido de guías, Cáncer y Capricornio como las dos puertas del cielo. Sea para descender a la generación, sea para remontarse a Dios, las almas debían, pues, necesariamente franquear una de ellas". Según Proclo, Numenio afirmaba que por la puerta de Cáncer tenía lugar la caída de las almas en tierra, y por la de Capricornio, el ascenso de las almas al éter.

Acabamos de ver que el simbolismo de las dos puertas solsticiales, en Occidente, existía entre los griegos y más en particular entre los pitagóricos; se lo encuentra igualmente entre los latinos, donde está esencialmente vinculado con el simbolismo de Jano que es propiamente el ianitor ["portero"] que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo "axial".  Jano [Ianus] ha dado su nombre al mes de enero (ianuarius), que es el primero, aquel por el cual se abre el año cuando comienza, normalmente, en el solsticio de invierno; además, cosa aún más neta, la fiesta de Jano, en Roma, era celebrada en los dos solsticios por los Collegia Fabrorum. Como las puertas solsticiales dan acceso, según lo hemos dicho anteriormente, a las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo zodiacal.  Jano era el dios de la iniciacióny esta atribución es de las más importantes, no solo en sí misma sino además desde el punto de vista en que ahora nos situamos, porque existe una conexión manifiesta con lo que decíamos sobre la función propiamente iniciática de la caverna y de las otras "imágenes del mundo" equivalentes de ella, función que nos ha llevado precisamente a considerar el asunto de las puertas solsticiales. A ese título, por lo demás, Jano presidía los Collegia Fabrorum, depositarios de las iniciaciones que, como en todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculadas con el ejercicio de las artesanías.

En el cristianismo, las fiestas solsticiales de Jano se han convertido en las de los dos San Juan, y éstas se celebran siempre en las mismas épocas, es decir en los alrededores inmediatos de los solsticios de invierno y verano. La sucesión de los antiguos Collegia Fabrorum, por lo demás, se transmitió regularmente a las corporaciones que, a través de todo el Medioevo, mantuvieron el mismo carácter iniciático, y en especial a la de los constructores; ésta, pues, tuvo naturalmente por patronos a los dos San Juan, de donde proviene la conocida expresión de "Logia de San Juan" que se ha conservado en la masonería, pues ésta no es sino la continuación, por filiación directa, de las organizaciones a que acabamos de referirnos.  Aun en su forma especulativa" moderna, la masonería ha conservado siempre también, como uno de los testimonios más explícitos de su origen, las fiestas solsticiales, consagradas a los dos San Juan después de haberlo estado a los dos rostros de Jano y así la doctrina tradicional de las dos puertas solsticiales, con sus conexiones iniciáticas, se ha mantenido viva aún, por mucho que sea generalmente incomprendida, hasta en el mundo occidental actual.



Aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios correspondientes tienen sin embargo, en realidad, un carácter exactamente opuesto al indicado; puede parecer que hay en ello una paradoja harto extraña, y empero es muy fácil comprender que sea así desde que se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer, y lo que ha llegado a su mínimo no puede, al contrario, sino comenzar a acrecerse en seguida por eso el solsticio de verano señala el comienzo de la mitad descendente del año, y el solsticio de invierno, inversamente, el de su mitad ascendente; y esto explica también, desde el punto de vista de su significación cósmica, estas palabras de San Juan Bautista, cuyo nacimiento coincide con el solsticio estival: "Él (Cristo, nacido en el solsticio de invierno) conviene que crezca, y yo que disminuya"

Solsticio de verano

Puerta de los hombres

Ciclo ascendente (hacia el norte)

Del solsticio de invierno al de verano

Uttarayana

Acceso a pitri-yana

Puerta de entrada y salida

Polo sur del año

Signo de Cáncer



Solsticio de invierno

Puerta de los dioses

Ciclo anual descendente (hacia el sur)

Del solsticio de verano al de invierno

Dakshimayana

Acceso al deva-yana

Puerta de salida

Puerta de entrada voluntaria y exclusiva para un ser liberado

Polo norte del año

Signo de Capricornio



Bibliografía: Artículos de René Guenón encontrados en Internet.

Para saber más: “Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada” René Guenon. Paidós Orientalia.

Eros, demonio mediador.



“Todo lo que es profundo ama la máscara, las cosas más profundas de todas  siente incluso odio por la imagen y el símbolo”. El pudor con que un dios camina –precisa Nietzsche de forma paradigmática- debería ser sobretodo el del disfraz, mediante la oposición, la antítesis, esto es, el decir lo contrario de lo que se piensa y que no quiere revelar.

Con la introducción de la máscara de Diótima, bajo la cual se oculta la máscara de Sócrates, Patón intenta infundir en el discurso un clima altamente religioso, escenificando un auténtico ceremonial de “iniciación” a los misterios, en los distintos estadios, muy diferentes entre sí, a saber, el preliminar de purificación, el inicial (pequeños misterios)   y el supremo y conclusivo (grandes misterios).

A partir de la “purificación” mediante la liberación de las ideas falaces que confundían a Eros con la belleza suprema, y de la constatación de que Eros puede ser deseo de lo bello sólo si se carece de ello. Diótima hace emerger una verdad nueva y desconcertante: Eros no es ni bello ni tampoco bueno, porque siempre va en busca de lo bello y de lo bueno, pero por ello no es feo y malo.

Eros es “intermedio” entre lo feo y lo bello, entre lo malo y lo bueno, y por ello siempre está en busca de lo bello y lo bueno.

Pero Eros es aún más: además de “intermedio”, es también mediador. Es fuerza propulsora que vincula los opuestos y conduce siempre más cerca del término positivo. Éste es el concepto que encamina hacia la revelación de su naturaleza.

Eros es una gran demonio, en efecto, todo lo demónico está entre lo mortal y lo inmortal. 

[…] Al estar en medio de los dioses y los hombres, cumple una función integradora, de modo que el todo queda unido consigo mismo.

[…] La divinidad no se mezcla con el hombre, pero por obra de este demonio los dioses mantienen toda relación y todo diálogo con los hombres, tanto cuando están despiertos como cuando duermen.

El que es sabio en estas materias es un hombre demónico, mientras que quien lo es en otros terrenos, en otras artes u oficios, es un hombre corriente.

Eros, demonio mediador. Giovanni Reale. Herder Editorial. Barcelona 2004

Montañas cósmicas y sagradas


La montaña, por estar más cerca del cielo, es sagrada por dos conceptos: por un lado participa del simbolismo espacial de la trascendencia (alto, vertical, supremo…), y por otro, es el dominio por excelencia de las hierofanías atmosféricas, y en su virtud, la morada de los dioses.

[…] Muchas veces la montaña es considerada el punto de unión entre el cielo y la tierra, y , por tanto, como “centro, punto por el que pasa el eje del mundo, región saturada de sacralidad, lugar en el que puede de unas zonas cósmicas a otras.

[…] El “monte”, por el hecho de ser el punto en que convergen el cielo y la tierra, está en el “centro del mundo” y es indudablemente el punto más alto de la tierra. Por eso las regiones consagradas – “lugares santos”, templos, palacios, ciudades santas- son asimiladas a “montañas” y se convierten a su vez en “centros”, es decir, se integran mágicamente en la cúspide de la montaña cósmica.

[…] La consagración por rituales de ascensión o subidas de montes o escaleras debe su valor al hecho de que integra al que las practica en una región celeste superior. […] El trascender la condición humana, ya penetrando en una zona sagrada (templo, altar) ya por la consagración ritual, ya por la muerte. Se expresa concretamente por una “transición”, una “subida” una “ascensión”.

[…]La ascensión e las almas a los siete cielos, -ya sea en la iniciación, ya sea post mortem,-, gozó de una inmensa popularidad en los últimos siglos del mundo antiguo.

[…]La zigurat era una imagen del cosmos, sus siete pisos representaban los siete cielos planetarios (como en Borsippa) o tenía los colores del mundo (como en Ur).

[…] En los misterios de Mitra la escalera ceremonial tenía siete peldaños, cada uno era de un metal diferente y correspondía a cada uno de los siete cielos. El primer peldaño era de plomo y correspondía al planeta Saturno, el segundo de de estaño (Venus), el tercero de bronce (Júpiter), el cuarto de hierro (Mercurio), el quinto de “aleación monetaria” (Marte), el sexto de plata (Luna) y el séptimo de oro (Sol).

Bibliografia: Tratado de historia de las religiones. Mircea Eliade. Ediciones Cristiandad. Madrid 2011

El esoterismo según Antoine Faivre


Antoine Faivre propone denominar “esotérico” a aquel pensador que acentúa tres puntos: analogía, Iglesia Interior y teosofía, y que de acuerdo con su temperamento, subraya uno u otro de ellos, aunque los tres marchen indisociablemente unidos. 

Analogía: Lo semejante actúa sobre lo semejante; de esta forma se explica a la vez la magia, la teúrgia (arte de ponerse en contacto con los espíritus angélicos) y el conocimiento que el «espíritu de las cosas» puede ayudamos a adquirir. Conocer el mundo es, al mismo tiempo, conocer a Dios; la naturaleza en su conjunto se presenta como una revelación gradual, que puede conducirnos hacia el Ser de los Seres. Así, la ciencia adquiere de un solo golpe una significación eminentemente religiosa. La Tabla de Esmeralda, breviario del pensamiento alquímico, traducida del árabe al latín y muy difundida en el siglo xv, enseña: «Lo que está arriba es como lo que está abajo, lo que está abajo es como lo que está arriba, para que se realicen los milagros de la Unidad.» De esta forma, el hombre es el «microcosmos», un universo en pequeño, que se corresponde con el «macrocosmos» o gran universo; los astros se «relacionan» con el destino de los hombres, y la fisonomía de un hombre—líneas de la mano, rasgos del rostro, etc.—con su destino particular. Puesto que todo está en todo, el hombre y el mundo, como conjunto de correspondencias, merecen ser estudiados como tal. Si bien es cierto que los esoteristas occidentales no siempre comparten con los griegos el gusto por la belleza, se interesan también por la naturaleza y se dejan llevar por la negación total del mundo, tendencia tan característica de la mística oriental no cristiana. Por ello, no cesan de buscar las relaciones de analogía entre el creador y la creación, lazos que Descartes, se cree, habría querido romper deliberadamente. 

Iglesia Interior: La Iglesia interior representa, consecuentemente, la unión de los hombres de deseo, fundada sobre una tolerancia activa, sobre el reconocimiento de los principios implícitos, como la esperanza en la llegada de la Iglesia invisible, cuya venida se trata de activar y que ha de preceder a la próxima destrucción de la Iglesia material. Se concibe que las barreras confesionales no importen nada al esoterista, ya que él insiste sobre nociones poco desarrolladas por las religiones oficiales y que no son de naturaleza tal como para dividirlas. Pero, según una paradoja normal para la lógica de lo contradictorio, la Iglesia interior tiende a revestir una forma concreta, lo que explica la creación de determinadas obediencias para-masónicas, secretas, iniciáticas, generalmente en reacción contra las Iglesias constituidas. 

Esto es debido a que la teosofía, sobretodo la teosofía cristiana, se presenta frecuentemente como mediadora, por definición y por razones evidentes ligadas a la propia naturaleza de Cristo; pero, al mismo tiempo, no apoya la fijación ni la mediación de los hombres. Dentro de las enseñanzas esotéricas, desde luego, ocupa un destacado papel la idea de una «tradición» más o menos conservada, más o menos perdida, que puede volver a encontrarse, bien por la iluminación interior o gracias a iniciaciones que confieren un precioso tesoro de conocimientos y son a la vez vehículo de energías supranormales. La iniciación se presenta, por tanto, como inseparable de la regeneración, que depende de una gnosis, más que de una Iglesia. 

Teosofía: Una reflexión que dé a la analogía un significado relativo a las dimensiones cósmicas y a la historia universal, no puede desarrollarse más que plenamente libre de limitaciones dogmáticas. Tal es la teosofía —aquí este término no se refiere a la Sociedad Teosófica y a las doctrinas de madame Blavatsky— Empleemos aquí el término en su sentido más pleno y general: los pensadores mencionados en esta obra son teósofos, es decir, hombres que insisten sobre puntos de doctrina o de dogma, que el exoterismo de las Iglesias oficiales tiene tendencia a despreciar o silenciar. Estos puntos ellos desean descifrarlos, al mismo tiempo, por la propia reflexión y por la iluminación interior, siendo esta última el resultado de una búsqueda y un trabajo individual o de una iniciación.

Bibliografía; "El esoterismo en el siglo XVIII" Antoine Faivre, EDAF 1976

La Vía de la Verdad


Ibn Arabi en "Viaje al Señor del Poder" expone:

Sabrás, oh noble hermano, que aunque los senderos son muchos, la Vía de la Verdad es única. Los que buscan la Vía de la Verdad son pocos. Por eso, aunque la Vía de la Verdad es sólo una, los aspectos que presenta varían con las diferentes condiciones de los que la buscan; con el equilibrio o el desequilibrio de la constitución del buscador; con la persistencia o desinterés de su motivación; la fuerza o la debilidad de su naturaleza espiritual; la perseverancia o desvíos de su aspiración; la salud o enfermedad de su relación con su meta. Algunos de los que buscan tienen todas estas características favorables, aunque otros tienen sólo algunas. Por eso podemos ver que, por ejemplo, la constitución del que busca puede suponer un obstáculo, mientras que sus sacrificios espirituales son nobles y buenos. Y este principio se aplica en todos los casos.

La vía iniciática


"Cuando Dios terminó la creación del mundo, empieza a contemplar la posibilidad de crear al hombre, cuya función será meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios. Pero Dios no encontraba un modelo para hacerlo. Por lo tanto se dirige al primer ejemplar de su criatura, y le dice: "No te he dado una forma, ni una función específica, a ti, Adán. Por tal motivo, tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitaciones de acuerdo con tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del Universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho mortal, ni inmortal; ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que podrás transformarte a ti mismo en lo que desees. Podrás descender a la forma más baja de existencia como si fueras una bestia o podrás, en cambio, renacer más allá del juicio de tu propia alma, entre los más altos espíritus, aquellos que son divinos." 

Esta cita pertenece a Giovanni Pico della Mirandola que fue un humanista y filósofo italiano del siglo XV que se esforzó en demostrar que la verdadera naturaleza del cristianismo era la confluencia de todas las tradiciones filosóficas anteriores, incluidas la filosofía griega, la alquimia y la cábala. 

La cita sitúa al hombre en una situación privilegiada respecto al resto de la creación y en posición intermedia entre el Cielo y la Tierra, dejando a su libre albedrío la opción de vivir en la tierra como un simple animal o la de alzarse en busca del camino de la divinidad. 

A lo largo de la historia y a partir de la toma de consciencia de su espiritualidad el hombre ha buscado y sigue buscando la escalera al Cielo ya sea por medio de la vía mística o la vía iniciática. Estas dos vías se muestran como caminos hacia el mundo de lo divino pero hay que tener presente, tal como les sucede a Dante en la Divina Comedia, que la vía mística separa al hombre de la Tierra y sólo es accesible para seres extraordinarios como fueron por ejemplo, Jesús, Mahoma o Buda. 

En su intento de ascensión mística Dante es detenido por tres fieras que se interponen en su camino, una pantera, un león y una loba hambrienta. La pantera representa el pecado de la lujuria que padeció Dante, el león simboliza la soberbia, el orgullo y la ambición moral de su propia naturaleza, y la loba hambrienta la avaricia y la codicia del poder papal y político de su tiempo. 

Ante la imposibilidad de poder seguir avanzando hacia la Luz, aparece Virgilio diciéndole que para proseguir debe seguir otra ruta, la iniciática. De esta forma se ofrece a ser su guía y empezar el descenso hacia el infierno, donde en su interior se encuentra el camino hacia el Cielo. 

Este descenso al infierno, al inframundo, o al interior de la tierra representa el regreso al útero de la Gran Madre y tiene sus correspondencias con el VITRIOL y la máxima Solve et Coagula de la alquimia, el despojo masónico de los metales, el segundo nacimiento de la filosofía perenne y, entre otros, el proceso de individuación de Jung en el que el descenso al inframundo equivale al viaje a lo inconsciente de la mente. 

Los cultos mistéricos de antigüedad como el de Isis, Eleusis, Dionisos o Mitra, el hermetismo, el pitagorismo, el gnosticismo, la cábala, la alquimia, el neoplatonismo, el rosacrucismo son algunos ejemplos de las tradiciones iniciáticas por las que ha transitado la humanidad a lo largo de la historia. 

En la masonería podemos ir descubriendo muchas analogías con todas estas antiguas tradiciones que anhelan ascender por la escalera de Jacob. Todas ellas comparten, con distinto nombre, un único misterio basado en la muerte y la resurrección que hace referencia a la muerte de lo viejo, que representa nuestra naturaleza animal y el nacimiento de lo nuevo simbolizado por nuestra naturaleza espiritual. 

Según la mitología Dioniso era el hijo de Zeus y Perséfone, antes de que esta se convirtiera en reina del Hades. El pequeño creció en Creta, protegido por los mismos guardianes que habían guardado a Zeus de los ojos de Cronos. Pero los Titanes, cuando se enteraron que Zeus había nombrado a Dionisos su sucesor para gobernar sobre los dioses, atrajeron al pequeño con juguetes dorados y se abalanzaron sobre él, lo despedazaron y empezaron a devorarlo. Atenea interrumpió el espantoso banquete justo a tiempo para rescatar el corazón del pequeño, lo encerró en una figura de yeso en la que Zeus insufló vida y lo resucitó. A continuación Zeus fulminó a los Titanes con su rayo. Según el mito, de las cenizas nació la raza humana, que posee la parte terrena de los Titanes y la parte divina de Dioniso. 

Este mito, del niño resucitado, fue el que inspiró el ritual de los misterios de Orfeo, a quien se atribuye la creación de los Misterios Menores y los Misterios Mayores. Los Misterios Menores, también conocidos como los Misterios de Isis, guardaban relación con la purificación de los iniciados y la semilla que debe ser sembrada en el interior de la Tierra. Los Misterios Mayores, también asociados a Osiris, recreaban el fruto de la purificación de los elementos titánicos que permitía el renacimiento de la naturaleza divina,simbolizaban la liberación del hombre por Dioniso.

Hikuptah

Sobre los misterios


Se considera que los misterios menores, de los que los más conocidos son quizás los de Eleusis, estaban diseñados para cautivar al pueblo llano. A través de su simbolismo y su sensualidad se trasmitía el mensaje de la inmortalidad del alma y de una vida futura donde la virtud sería recompensada y el vicio recibiría su castigo. 

Tiempo después, a los iniciados más preparados que se les había permitido penetrar en el secreto de los misterios mayores descubrían que todo en lo que habían creído anteriormente era falso, era una mera ilusión politeísta dónde los antiguos dioses eran simples mortales divinizados. 

El nuevo misterio iniciático se manifestaba entonces como un proceso de desilusión donde se debía renunciar a las antiguas creencias para poder ver la Verdad y percibir que solamente existe un único Dios invisible y anónimo que es la causa última y el origen del Ser que lo originó todo por sí mismo y al que todas las cosas deben su existencia. 

Esta división entre misterios menores y misterios mayores forma parte de lo que hoy en día se conoce por religiones dúplex, y que son una forma de proceder que ha pervivido desde la antigüedad más remota. En estas tradiciones existe un culto, enseñanza o doctrina muy distinta entre la que recibe el pueblo y los aprendices, y la que procesan los altos iniciados. 

En los misterios mayores el iniciado aprendía que existe un sólo Dios y que los hombres eran los únicos responsables de su destino personal y colectivo puesto que no existía ninguna injerencia por parte del Creador.

Hikuptah

Los Cuatro Elementos y las cuatro purificaciones


Los cuatro elementos de nuestra tradición mediterránea surgen del pensamiento de Empédocles (498 a.C.- 435 a.C.).

La Tierra es el primer elemento, en el que nacemos, crecemos y podemos llegar a tomar consciencia de nuestro verdadero yo. “Conócete a ti mismo” “Ora y Labora”. La primera purificación se manifiesta en el TRABAJO. 

El aire (Shu) como segundo elemento, es el espacio que separa el cielo (Nut) de la tierra (Geb). Tomamos consciencia de los dos mundos que se separaron, en la ascensión hacia arriba el aire nos purifica. Esta segunda purificación se manifiesta a través de la MEDITACIÓN, oración, contemplación y el resto de técnicas que no hacen sentir la presencia de la transcendencia. 

El agua simboliza el tercer elemento, la que calma la sed de las pasiones. Como decía Jámblico Las fuerzas de las pasiones humanas que hay en nosotros, si son aprisionadas por completo, se hacen más violentas; por el contrario, si se ejercitan breve y adecuadamente, tienen un gozo mesurado y quedan satisfechas, y, a partir de ese momento, purificadas, resultan calmadas por persuasión y sin violencia. La purificación por el agua se hace efectiva a través de la MODERACIÓN

El fuego (Ra) es el cuarto elemento, y al igual que hacía Isis con el hijo de la reina de Biblos, Astarté, sólo los dioses pueden otorgar está purificación que elimina todas nuestras impurezas mortales. La purificación ígnea es un DON que Dios otorga a quien cree merecérselo. 

Un día le preguntaron a Platón por qué unos creen y otros no y con la máscara de Sócrates respondió que la fe es un don que Dios concede a unos si y a otros no.

Hikuptah

Alquimia: vicios y pasiones


Para separar lo que es etéreo de lo que es denso, en la primera operación, la cual es enteramente interior, debemos emancipar el alma de todo vicio y prejuicio, y esto se logra con el uso de la sal filosófica, a saber, sabiduría; con el uso del mercurio, que es la el esfuerzo personal; finalmente, el uso del azufre, que representa la energía vital y el fervor de la voluntad. A través de este método se consigue la transformación de los elementos preciosos más pequeños, incluso el rechazo de la tierra, en oro espiritual.

"La ciencia de Hermes" Eliphas Levi. 

Las fuerzas de las pasiones humanas que hay en nosotros, si son aprisionadas por completo, se hacen más violentas; por el contrario, si se ejercitan breve y adecuadamente, tienen un gozo mesurado y quedan satisfechas, y, a partir de ese momento, purificadas, resultan calmadas por persuasión y sin violencia. Por esta razón, cuando en la comedia y en la tragedia contemplamos las pasiones ajenas, ponemos freno a nuestras propias pasiones, las hacemos más moderadas y las purificamos; en los ritos sagrados, por la contemplación y audición de obscenidades, nos liberamos del daño que podría sobrevenirnos si las pusiéramos en práctica.

Así pues, para curar nuestra alma, para moderar los males que le son connaturales por el hecho de la generación, para liberarla y librarla de las ataduras, por estas razones se llevan a cabo tales ritos. También por esta razón justamente Heráclito los llamó “remedios”, en la idea de que remedian las desgracias y hacen a las almas exentas de los males de la generación.

Jámblico