La Cábala



La Cábala es esa vertiente de la tradición mística del pueblo judío que surgió en Provenza en el siglo XII, fruto de los incesantes conflictos religiosos que azotaron el occidente cristiano durante el siglo XI, entre los que destaca el catarismo.

A diferencia de la mística cristiana y musulmana que pretende llegar a la unión con la divinidad a través de la vía ascética, la Cábala se propone sobretodo alcanzar un conocimiento de Dios lo más aproximado posible. Su estudio se centra en la creación y todo cuanto le rodea, como punto de partida de quien se nos revela a través de sus obras. Pero esta investigación no se fundamenta en la observación del mundo físico, sino en el estudio de la Ley (la Torá) en su doble variante: la externa y la interna, o si se prefiere, como un hecho exotérico y esotérico.

Dios creó el mundo con la palabra y las letras del alfabeto que son vistas como elementos espirituales de la creación. Así el nombre de Dios representa la totalidad de las posibilidades manifestadas. La mayor preocupación de los cabalistas fue la de explicar el proceso de revelación de Dios y para ello desarrollaron la teoría de las sefirot, la emanaciones divinas.

Estas emanaciones se entienden como grados de la creación y son designadas según los atributos a través de los cuales Dios actúa en el mundo, sin embargo no pueden ser entendidas como entes independientes, sino como fuerzas integradas en una sola.

El punto de partida es el En Sof, lo infinito. Este concepto fue definido como lo inaccesible al pensamiento. La creación del mundo, es decir, la transformación de la Nada en materia, es algo que ocurre dentro de Dios mismo. El primer paso de esta transformación es el brotar de la luz suprema que convierte el En Sof en Ain, la Nada, que es la primera emanación divina o Sefirah. Dios crea mediante la palabra, acto que supone la materialización de lo que ya existía en forma de pensamiento en el seno de la Sabiduría Divina. [1].

Como en toda transmisión o tradición espiritual, el núcleo interno de la Cábala no puede enseñarse intelectualmente porque sólo cabe interiorizarla, experimentarla y hacer de ello una forma de vida. De hecho, muchos cabalistas explican que la Cábala no se aprende sino que se recuerda dado que, en esencia, se trata de recuperar el estado de intimidad con Dios que poseía la Humanidad o el Hombre arquetípico (Adán) en el Paraíso antes de la Caída. El núcleo más interno de la enseñanza se simboliza en la transmisión del Nombre secreto de Dios como la más alta y comprensible manifestación de la divinidad. Más allá de ello, la experiencia es inefable, no verbal, y no puede ser comunicada o enseñada sino vivida y experimentada[2].

A partir de esta definición en la que podemos destacar la dualidad hombre-Dios deducimos la existencia de la separación de ambos y el deseo humano de restablecer la antigua unión. El conflicto por aportar luz a la dualidad entre el mundo inteligible y el mundo sensible se repite a lo largo del pensamiento conocido con el nombre de “Filosofía Perenne” que engloba múltiples tradiciones filosóficas, místicas e iniciáticas.

Debemos tener presente que ambos mundos están religados, puesto que de lo contrario el uno no tendría conciencia de la existencia del otro. Henry Corbin definió como “Mundus Imaginalis” esa realidad intermedia que reúne lo sensible y lo inteligible, a Dios y el hombre.

En este mundo intermedio es donde lo espiritual se representa e imagina, y lo material se espiritualiza. En el “Mundus Imaginalis” lo simbólico es el mediador por excelencia y el símbolo la representación sensible de la realidad inteligible que salva la escisión de ambos mundos, el de arriba y el de abajo.

El Zohar o Libro del Esplendor, que es un extenso comentario al Pentateuco y a la Torah nos dice que todas las cosas son desde la perspectiva de quien las recibe, “todo esto se dice desde nuestro punto de vista, y todo es relativo a nuestro conocimiento”.

Efectivamente, “el símbolo traduce, interpreta y representa lo espiritual en función de una conciencia, por tanto es un elemento funcional siempre en relación con la persona que lo vive, experimenta e interpreta”[3].

En este sentido la Cábala y su Árbol Sefirótico también son simbólicos y habitan en el “Mundus Imaginalis”. Los sefirots son la manifestación de Dios que permiten la mediación entre Él y el mundo. Su función es dar respuesta al problema de la mediación entre lo sensible y lo inteligible.

El Árbol Sefirótico también establece una cadena entre el arriba y el abajo con el propósito final que el cabalista o místico pueda alcanzar la visión del “rostro de Dios”, Conocer “el nombre de Dios” y gozar de su presencia.

“En todo caso la contemplación de Dios es considerada una experiencia renovadora y radical que mata al hombre viejo y lo transforma en hombre nuevo[4]”.

El símbolo es la representación sensible de una realidad inteligible. El símbolo se encuentra en una realidad intermedia entre lo puramente sensible y lo puramente inteligible. En esta zona lo espiritual se representa e imagina y lo sensible se espiritualiza. La experiencia simbólica tiene lugar cuando el contenido interiorizado conecta o guarda relación con aquel que intenta asumirlo.

El símbolo es inagotable puesto que es asumido por cada intérprete que intenta desvelarlo y este lo hará en función de sus conocimientos y conciencia. Lo simbólico es lo mediador por excelencia, lo que religa el ámbito inteligible y el sensible, lo de arriba y lo de abajo, es lo que permite que lo intangible llegue hasta lo material y sensible. Lo simbólico salva la escisión entre lo sensible y lo inteligible. El símbolo traduce, interpreta y representa lo espiritual en función de una conciencia, por tanto es un elemento funcional siempre en relación con la persona que lo vive, experimenta e interpreta.

Dios creó el mundo con la palabra, y las letras del alfabeto que son vistas como elementos espirituales de la creación. Así el nombre de Dios representa la totalidad de las posibilidades manifestadas. La mayor preocupación de los cabalistas fue la de explicar el proceso de revelación de Dios y por eso desarrollaron la teoría de las sefirot, la emanaciones divinas.

Las sefirots son la manifestación de Dios, el proceso por el que este se despliega y se da a conocer. Puesto que Dios es incognoscible las sefirots son los símbolos que permiten la mediación entre Él y el mundo. Por tanto la función de la Sefira es dar respuesta al problema de la mediación de lo inteligible y lo sensible. El Árbol Sefirótico establece una cadena entre el Arriba y el Abajo en que las tres primeras esferas representan el proceso de la génesis de lo inteligible y su movimiento, la triada siguiente, denominada (Pequeño Rostro) es a su vez una mediadora por la que el Gran Rostro empieza a manifestarse. Si la segunda triada es la manifestación simbólica de la primera, la tercera lo es de la segunda. Siendo la última esfera Malkut la culminación del proceso de manifestación de lo divino[5].

Hikuptah


[1] El Zohar. Ediciones Obelisco. Barcelona 2016


[2] Javier Alvarado Planas. Historia de los métodos de meditación no dual. Madrid. 2012.


[3] José Antonio Antón Pacheco. Symbolica Nomina. Barcelona. 1988.


[4] Javier Alvarado. Op cit.


[5] José Antonio Antón Pacheco. Op. Cit.

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